La meseta de Asiago me llamó la atención en el Giro de Italia de 2017, el año en el que Doumoulin se disputó la victoria con Quintana. Desde entonces siempre quise volver a conocer la zona aún más sabiendo que es donde Mattia de Marchi prepara sus pruebas de gravel y ultradistancia. Con ocasión de mi visita a Selle Italia tuve la oportunidad de regresar y planificar una ruta en bici por esta zona del Véneto. Un recorrido difícil, de más de 130 km y 3.000 metros ascendidos. Por temas logísticos preferí pedir prestada una bicicleta y Passoni me proporcionó una de sus propuestas para gravel, la Cicloprato.
Mirando el track entendí que estaría muchas horas alejado de núcleos urbanos, en el monte y recorriendo pistas de grava dura por lo que preparé la bici con algunas bolsas en la horquilla para cargar con avituallamiento y (muchos) recambios para los neumáticos sin tubelizar. Es curioso cómo la aventura suele generar ese estado de alerta y adrenalina incluso la noche previa. En ese estado de cierta ansiedad por el que seguramente hayáis pasado también vosotros, mandé más de un mensaje a mi compañero de fatigas David Rovira —con quien completé mi primera participación en Badlands—, porque no las tenía todas conmigo.
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Durante toda mi vida como ciclista, he hecho cientos de miles de kilómetros como para estar tranquilo antes de una salida, pero reconozco que cualquier ruta larga, en modo autosuficiencia y en un entorno nuevo, me saca de mi zona de confort y suelo aplicar aquello tan básico de que “mejor que sobre a que falte”. Así que añadí todo lo que consideré a la bici: las alforjas en la horquilla, la bolsa debajo del sillín, los porta bidones, el acople de la Go Pro… Sin embargo, miraba la Passoni la noche antes de irme a dormir y pensé que era todo un sacrilegio.
Aprovechando las primeras luces del día
Arranqué de noche para coronar la primera de las subidas al alba y disponer de luz natural para afrontar la primera bajada. El no disponer de tubeless me obligó a dar más presión a las cubiertas para evitar golpes en la llanta, lo que no me permitiría ganar mucho tiempo en las bajadas, pero, por suerte, el sillín Flite Boost Gravel TI 316 que montaba y el cuadro en titanio serían grandes aliados para ir cómodo.
La jornada resultó ser una delicia para recorrer la meseta, con temperaturas agradables y cielos despejados que permitían observar los Dolomitas desde una perspectiva poco habitual. A esa cota, da la sensación de que uno se pone a su mismo nivel, pero no por ello, la visión del macizo deja de ser menos imponente.
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Otro de los atractivos de la ruta es circular por tristes escenarios de la Primera Guerra Mundial, con trincheras y fuertes que fueron protagonistas en las batallas entre los ejércitos italianos y austrohúngaros. Tras pasar el Fuerte Lísser descendí por los pastizales de unas pistas de esquí y enseguida topé con un gran rebaño de ovejas. La región es conocida también por la producción de queso por lo que es habitual encontrar ganado a lo largo de la ruta.
Avanzar entre trincheras
La sección más al norte en dirección al Monte Ortigara fue sin duda la más dura. Costaba mucho avanzar por pistas tan rocosas y en medio del bosque durante los casi 20 km de ascensión hasta el cruce de Bivio Italia con el sendero que te lleva arrastrando la bici hasta la cima del Ortigara.
Viendo mi progresión en el track opté por dejar la caminata para otra ocasión para no retrasarme demasiado. Disfruté, por tanto, de las vistas que ofrecía la Kaiser Karl Strase haciéndome sentir en medio de la nada. Poco más adelante empecé a descubrir las trincheras y túneles en medio de las rocas, lo que me obligó a volverme a parar para observarlo con más detalle.
Tras completar la ruta comprendí la dureza del altiplano en muchos sentidos y cómo ciclistas como Mattia de Marchi lo eligen para curtirse. En un ciclismo moderno en el que se pretende recoger toda la información posible para poder así cuantificarla y analizarla, y parece que no puedes salirte del camino marcado, me alegra conocer que existen alternativas a los destinos más populares de nuestros campeones.
Para nada quiero menospreciar lo que puede suponer para muchos una concentración en altura en Andorra o en el Teide. Llevar vida de monje en una habitación de hotel a 2.000 m de altura durante semanas no es algo que me atraiga lo más mínimo y, por tanto, no lo recomendaría ni lo aconsejaría. Pero quizás hay que abrir la mirada para considerar hacer las cosas de otro modo.
Creo que nuestra cultura también influye a la hora de tomar este tipo de decisiones y crecemos con el miedo a equivocarnos cuando en el mundo anglosajón el fracaso está visto como parte del aprendizaje. Cada vez admiro más a los que optan por seguir otro camino: a los y las Morton, Wilcox y De Marchi que se embarcan en grandes aventuras con humildad y con ideas que van más allá de las preestablecidas por nuestra arraigada cultura ciclista. Gracias a ellas y ellos, el ciclismo moderno rompe con muchos estatus y se siembran nuevos paradigmas en nuestro deporte. Tengo muy claro que el ciclismo en ruta, tal y como lo vemos hoy en día, pronto será muy distinto.
* Contenido realizado en colaboración con Selle Italia y CDC Sport, distribuidora de Selle Italia en España, y Passoni.