Raphaël Geminiani es uno de esos ciclistas ilustres que nunca consiguieron ganar el Tour de Francia. Compañero de equipo de Fausto Coppi, Louison Bobet, Jacques Anquetil y Roger Riviére, Geminiani fue uno de los corredores más regulares de su generación, y a día de hoy sigue siendo el único, junto a Gastone Nencini, que terminó entre los diez primeros en las tres grandes vueltas en el mismo año: tercero en la Vuelta a España, cuarto en el Giro d’Italia y sexto en el Tour de Francia en 1955. Pero prefería el papel de director de juego, y su capacidad para destrozar el pelotón le valió el apodo de Le Grand Fusil.
Ahora que el Tour de Francia vuelve al Puy de Dôme, Geminiani sigue siendo el campeón más aclamado de la región. Hijo de inmigrantes italianos que huyeron de la Italia fascista, Geminiani empezó a correr en bicicleta en su Clermont-Ferrand natal durante la Segunda Guerra Mundial. "Montar en bicicleta era una de las únicas cosas que se podían hacer bajo la ocupación nazi", explica este hombre de 98 años con su genuina risa franca patentada.
En poco tiempo se convirtió en un ciclista extraordinario y participó en el primer Tour de la posguerra, en 1947, que resultó ser una experiencia transformadora. "Las carreteras estaban cubiertas por un mar de gente. Era una fiesta. Una celebración. Y nosotros éramos realmente unos héroes en aquel regreso de la ruta a través de Francia. El Tour realmente nos ayudó a olvidar la guerra", recuerda Geminiani.
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Nació y creció en la ciudad de Clermont-Ferrand, a la sombra del emblemático volcán de Puy de Dôme. Y al igual que hicieron sus padres, podría haber ido a trabajar a la fábrica de neumáticos Michelin que aún domina esta población en el corazón del Macizo Central. Sin embargo, su pasión era montar ruedas desde otra perspectiva, encima de una bicicleta. Acabó convirtiéndose en uno de los grandes protagonistas del ciclismo de la época, primero como corredor, logrando un segundo puesto en el Tour de 1951 y hasta siete victorias de etapa, y luego como director.
En su larga trayectoria fue compañero de muchos de los grandes nombres que han formado parte del relato histórico del ciclismo, pero para él Fausto Coppi sigue siendo el mayor campeón. "Fausto tenía la habilidad de alejarse del pelotón. Nunca olvidaré aquella famosa etapa de Briançon en el Tour de Francia de 1949, cuando Coppi y Bartali se escaparon de todos al principio de la etapa. En un momento dado oímos que Fausto aventajaba a Gino por más de cinco minutos. Y aún quedaban 20 kilómetros".
También compartió habitación con Coppi en el fatídico viaje a África donde el italiano contrajo la malaria que le provocó su muerte prematura. "Nunca lo olvidaré, nos alojamos juntos y nos comieron vivos los mosquitos. Llamé a Fausto cuando volvimos a Europa y me dijo que no se encontraba muy bien. Aquella misma noche me levanté para ir al baño, me desmayé y caí en coma. Cuando por fin salí de él me enteré de que Fausto había muerto. Tuve suerte, porque aquí en Clermont había un médico que había estudiado las enfermedades tropicales y enseguida me dio cloroquina, pero por desgracia Fausto no recibió el mismo tratamiento”, comenta apenado.
Geminiani adoraba a Coppi, pero su figura se asocia más con la del gran dominador francés de la década de los sesenta, Jacques Anquetil. Primero como su compañero de equipo y luego como su director deportivo. Fue en esta faceta cuando Geminiani asistió en primera fila a uno de los mayores duelos históricos sobre la bicicleta, ya que conducía el coche de equipo situado justo detrás de Anquetil y Raymond Poulidor el día de su enfrentamiento en el Puy de Dôme, en el Tour de Francia de 1964. "Aquel día dejé conducir a uno de los mecánicos porque iba a necesitar verlo todo y poder hablar con tranquilidad. Julio Jiménez fue el primero en atacar al pie de la subida, pero Jacques no se movió porque Julio no era peligroso en la general. Su trabajo era quedarse junto a Poulidor", recuerda.
Jacques Anquetil junto a su director, Raphaël Geminiani, en 1964 (Fotografía: Getty Images)
"Los dos se marcaron mucho, tanto que en un momento dado llegué a pensar que podrían caerse al ir tan despacio. Probablemente recorrieron cerca de tres kilómetros a esa velocidad, pero el tiempo estaba de nuestro lado. Poulidor tenía que soltar a Anquetil, y el Puy de Dôme representaba una de sus últimas oportunidades. Por eso me pareció extraño que no hiciera ningún movimiento, quizás simplemente no podía. Cuando finalmente acabó dejando a Anquetil, tan solo quedaban 900 metros. No me preocupé en exceso en ese momento, porque Jacques era un metrónomo. Sabía que aún le quedaba algo".
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En la meta, donde Julio Jiménez había logrado su segunda victoria de etapa en el Tour, Anquetil cedió 42 segundos con respecto a Poulidor, pero seguía teniendo una ventaja de 14 segundos en la clasificación general. Aquella defensa férrea supuso a la postre la quinta victoria en el Tour de Francia, la última que consiguió el ciclista normando en la ronda gala.