Siempre se ha creído que un deportista de élite nace como tal e, incluso, algunos estudios científicos atribuyen hasta un 60% de las condiciones de rendimiento a la genética y el resto, sólo un 40%, al entorno. Sin embargo, en estudios recientes se ha comprobado cómo la epigenética —la respuesta de los genes al entorno— es mucho más importante de lo que se creía.
Lo que haces, lo que comes, cuánto entrenas, cuánto duermes, qué te estresa… Todo condiciona la expresión de los genes, y la forma en la que ellos se expresen cambiará el rendimiento de ese día, de ese período, hará que las proteínas que de ellos se fabriquen hagan funcionar el cuerpo de una forma o de otra.
Emma Roca, Doctora en Ingeniería Biomédica y Bioquímica, deportista de ultradistancia y bombera profesional, y autora de este artículo (imagen: Glen Delman Photography)
En los estudios que llevamos a cabo dentro del proyecto SUMMIT (Salud en las Ultra Maratones y sus líMITes) con deportistas de ultrafondo, demostramos cómo 6.000 de los 21.000 genes que tenemos cambiaban su expresión y pasaban a ser diferentes por el hecho de haber corrido cien kilómetros. Tras el esfuerzo, se podía diferenciar quiénes eran deportista de élite y quiénes no, y también qué vías metabólicas resultaban más afectadas, sobre todo las del transporte de glucosa, sistema inmune y sistema respiratorio.
Además de ver cómo una actividad sostenida durante muchas horas puede afectar a los genes, hay que considerar qué hacer previamente a este esfuerzo para evitar consecuencias graves. La actividad física siempre aportará más ventajas que inconvenientes, y lo que nos puede matar es el sedentarismo, pero hay que hacer bien las cosas.
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Se sabe que correr a pie tiene mucho más impacto y puede tener peores consecuencias a corto y largo plazo que la práctica del ciclismo, pero en ambas disciplinas el cuerpo está preparado para ser resistente, siempre que esté adaptado y se haya trabajado bien para que así sea. Hay órganos, cómo el corazón o los riñones, a los que la larga distancia puede afectar significativamente, y eso dependerá en gran medida de cómo se haya tratado el cuerpo previamente a la actividad y de cómo se gestione durante y después de la misma.
Imagen: Juanan Barros
Hay que cuidar el corazón
Existen, principalmente, dos parámetros que pueden dañar el corazón: la intensidad de la actividad y la larga duración de la misma. En el caso de los deportes de resistencia, la larga duración es el parámetro dominante. Por tanto, el corazón puede estar sufriendo en exceso si no se le entrena adecuadamente, si no se le controla médicamente —electrocardiograma y ecocardiograma— o si no se le da el tiempo de descanso que necesita.
El corazón es un músculo, y también se inflama, y también necesita sus días para desinflamarse. Cuando estamos practicando cualquier actividad física, el corazón pasa de bombear 5 L/min a casi 25 L/min, y eso significa que el esfuerzo que hace minuto a minuto es cinco veces mayor que cuando está en reposo. Por lo tanto, no se puede subestimar su trabajo.
En los estudios realizados a diferentes deportistas, hemos apreciado un aumento en sangre de biomarcadores asociados a la remodelación y fibrosis de la matriz extracelular, inflamación, tensión y estrés del miocardio. Pero este incremento, agudo a las 24 horas posteriores al ejercicio, vuelve a la normalidad a los dos días.
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Lo que no sabemos es si este incremento, repetido en el tiempo, puede acarrear consecuencias a largo plazo en la salud cardiovascular (infarto de miocardio, muerte cardiovascular, remodelación ventricular adversa, disfunción diastólica, disfunción ventricular derecha, entre otras) o es una adaptación cardíaca impulsada para la actividad física continuada. En consecuencia, un control regular del corazón en deportistas de resistencia es más que recomendable.
Imagen: Ian Walton
Por lo que respecta a los riñones, son los responsables de filtrar toda toxina o producto residual generado durante la actividad, llegando a filtrar 180 litros de sangre al día. Se encargan de eliminar o absorber agua o sales, y en todo momento preservan lo que se denomina equilibrio homeostático: el cuerpo debe mantener un equilibrio y estabilidad en los diferentes sistemas biológicos y evitar, por ejemplo, que se generen más sustancias oxidantes de las que se deberían, más procesos inflamatorios o más reacciones nocivas para la salud. Si aquella actividad de resistencia que se hace, se acomete con un nivel de hidratación bajo, el sufrimiento durante la misma será muy superior al deseable, y el rendimiento del deportista se puede ver afectado gravemente. Si durante la actividad tampoco se gestiona una buena hidratación, las consecuencias en lo que al sufrimiento renal concierne, pueden ser graves.
Cada deportista necesita una concentración concreta de electrolitos en agua por hora. No hay una cifra válida para todo el mundo; cada individuo debe saber si suda mucho —controlando su peso pre y post actividad—, si en esta sudoración se pierden muchas sales (sobre todo sodio, que se detecta por una coloración muy blanca del sudor), y si el ambiente de la actividad —frío, seco, húmedo, caluroso…— le afecta en mayor o menor medida. Controlar bien los parámetros hídricos puede marcar la gran diferencia entre acabar bien una actividad de larga duración o, por el contrario, sufrir una insuficiencia renal aguda. Esta, aunque sea transitoria, como hemos visto en los deportistas que hemos analizado durante años, puede llegar a perjudicar a largo plazo de forma irreversible los riñones, perdiendo estos la capacidad de conseguir un buen filtrado glomerular.
Imagen: Sami Martiskainen
Hemos visto cómo la reducción transitoria de la función de filtración renal en deportistas está más relacionada con factores inflamatorios que con los daños musculares1. Hay que evitar no beber lo suficiente, pero también beber en exceso. Simplemente, hay que beber cuando se tiene sed; no aportar suficientes electrolitos —especialmente sodio y, en segundo lugar, potasio— o aportar en exceso puede resultar igualmente dañino; y, sobre todo, hay que conocer lo que uno necesita antes, durante y después, del ejercicio para mantener este equilibrio hídrico tan necesario para el rendimiento y la salud.
Menos preocupación por las lesiones musculares
La parte muscular es la que menos preocupa, ya que, al margen de las lesiones musculo-tendinosas —las más frecuentes en deportes de impacto—, la musculatura tiene una gran capacidad para regenerarse y volver a la normalidad. Muchas veces, como deportistas, nos preocupa la sobrecarga o los molimientos de los dos días posteriores a la actividad, pero para el cuerpo esto es muy poco nocivo comparado con el sufrimiento de otros órganos vitales, como se ha comentado anteriormente. Hemos observado que los biomarcadores sanguíneos asociados al daño e inflamación musculares muy elevados están asociados a deportistas que entrenan menos y tienen peor rendimiento en carrera. Estos biomarcadores elevados, que tienen que filtrar los riñones, pueden aumentar el riesgo de lesión y el tiempo de recuperación.
Cuando se analiza a los humanos y se los compara con los primates, se llega a la conclusión de que somos velocistas mediocres, pero tenemos una gran capacidad de resistencia, es decir, podemos recorrer muchos kilómetros durante períodos de tiempo prolongados mediante el metabolismo aeróbico. Esta capacidad es inherente al género Homo, y ha resultado vital para la evolución humana; una capacidad infrecuente entre los mamíferos de cuatro patas, como los perros, o los ungulados, como los caballos1. Así pues, la resistencia viene grabada en nuestros genes desde los orígenes de la especie humana, pero es necesario hacer un buen trabajo antes, durante y después de la actividad de larga duración para evitar problemas a corto y largo plazo.
*Artículo originalmente publicado en VOLATA#23, dedicado al ultraciclismo
* Más información sobre la tesis doctoral realizada sobre el proyecto SUMMIT en www.emmaroca.com