El espíritu aventurero fue el que me impulsó a montar en bici por primera vez. Recuerdo que solía salir en bicicleta por las tardes de casa, después del colegio, y volvía al atardecer, deseando repetir al día siguiente para explorar y crecer pedaleando.
Cuando, años más tarde, empecé a entrenar en serio veía a mi paisano José Antonio López “Malagueta”, mucho mayor que yo, pasar todo el día encima de la bici. Recuerdo que algunos días, tras rodar juntos largas distancias, al terminar el entrenamiento, me acompañaba a casa y me decía que él también había terminado. Entonces yo me duchaba, comía y, tras descansar, salía a la calle. Cuál era mi sorpresa cuando me lo encontraba aún con la bici entrenando, riéndose de mí.
Entonces él no lo sabía, pero estaba despertando en mí un instinto que hoy perdura y que conectaba con aquellas experiencias en bici de mi infancia: la pulsión por llegar un poco más lejos, de conocer, de descubrir mi entorno y de descubrirme a mí mismo.
Aún hoy, cuando llevo ya catorce años como profesional, invierto gran parte de mi tiempo a devorar los mapas para planificar y encajar rutas en mis rutinas de entrenamiento. Dedico más tiempo a eso que a estudiar las carreras. Nada que me reconforta más que coger mi bici, preparar mi bikepacking y perderme. El ciclismo profesional me enseña disciplina pero, a la vez, la necesidad de explorar e improvisar afloran en mí. Este equilibrio que me proporcionan mis escapadas es un pilar fundamental en mi manera de entender el ciclismo, y es, quizás, una forma de romper con la monotonía monacal que exige la vida de profesional. Y es precisamente eso lo que tiene que buscar un profesional: fórmulas propias para ser mejor, y, en mi caso, el bienestar que me producen estas jornadas maratonianas encima de mi bici es inigualable.
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Os confieso también que una gran parte de mis próximos proyectos los alimenta ese mismo espíritu y giran en torno a la bici como herramienta para descubrir y explorar. Además, ¿no es también esa la esencia que acompaña al escapado a luchar el contra todo un pelotón, siempre con ese punto rebelde e inconformista casi propio de la infancia?
Recuerdo que, de pequeño, frente al televisor me levantaba del sofá viendo corredores como Coppolillo que, aunque prácticamente nunca saboreaban las mieles de la victoria, no cesaba de atacar y acumulaba cientos de kilómetros rodando en fuga. Era un aventurero.
Me da la sensación de que, en los últimos tiempos, las carreras profesionales se han vuelto un tanto monótonas. No hay que tener miedo en decirlo. Incluso percibo desde dentro del grupo cierto pasotismo ante algunas etapas o fugas. Para mí, ir escapado, no importa cuando, es siempre un momento especial que me conecta con los valores que siempre he creído que tiene el ciclismo. Hace no mucho tiempo se premiaba al atacante, a ese corredor que arrancaba donde nadie se lo esperaba y ponía en jaque al pelotón, rompiendo los cánones previstos. Ser valiente era un valor añadido.
Si en esta temporada 2021 estoy vestido de naranja, tiene mucho que ver con todo esto que os cuento, por los valores que siempre ha tenido este equipo, por ese espíritu de aventura que me atrapó de pequeño y que espero que me acompañe toda la vida. La experiencia de poder transmitirlo a las generaciones venideras de ciclistas es algo que no quería perderme.
* Artículo originalmente publicado en VOLATA#26
* Gracias a la Fundación Euskadi por las imágenes