Hagamos que vuelva a pasar, por Marianne Martin

Hagamos que vuelva a pasar, por Marianne Martin

La primera ganadora del Tour de Francia femenino en 1984, Marianne Martin, relata su experiencia y cómo destinó todos sus ahorro para marcharse a Europa y pasar un mes entero de carrera en el país galo. A la aventura. Un artículo que se escribió antes de que A.S.O. anunciara la celebración del Tour de France Femmes en 2022 con el patrocinio de Zwift. 

Fotos: Graham Watson Texto: Marianne Martin Tour de France Femmes Tour de Francia femenino

En la primavera de 1984, pasaba por un periodo con bastante anemia y apenas terminaba las carreras, pero seguía teniendo fe en que mejoraría. Empecé un programa de entrenamiento muy sólido, sin forzar más de lo que mi cuerpo podía. Hacía entrenamientos muy duros y luego descansaba. Estoy seguro de que descansé más que nadie, porque el reposo es muy necesario para conseguir fortaleza muscular después de un entrenamiento, sino puede que te rompas. Sé que eso me ayudó a tener éxito.

A finales de mayo, noté que mi condición estaba mejorando. Un buen amigo mío, el también corredor Steve Tilford, llamó a la federación estadounidense y se enteró de que aún quedaba una plaza de las seis disponibles para el equipo del Tour. Me llevó al Centro de Entrenamiento Olímpico de Colorado Springs y allí hablé con el entrenador, Eddie Borysewicz. Después de rogarle y asegurarle que estaba recuperada, salí y esperé su respuesta. Cuando finalmente me confirmó que la plaza era mía, le dije: "Créeme, no te decepcionaré".

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El vuelo a Nueva York lo pagué de mi bolsillo, pero luego me cubrieron el viaje a Francia. No sabíamos lo que nos encontraríamos. Solo sabíamos que había 18 etapas y 5 días de descanso en una carrera que tenía una distancia total de 919 kilómetros. Los franceses no se creían que pudiéramos terminar, aunque nosotras sabíamos que sí. No teníamos un equipo muy organizado: no teníamos director deportivo y la persona que se nos había asignado no hablaba nada de inglés. Justo a mitad de la carrera, se unió a nosotros un mecánico francés, que era estupendo, pero que tampoco hablaba inglés. Consiguió que actuaramos como un equipo y también nos consiguió material. Hasta ese momento, el piñón más grande con el corría era uno de 19 dientes.

Nuestra idea original era que ganara Betsy King, pero el equipo holandés estaba dominando la carrera. Ganaron diez de las once primeras etapas y mis mejores posiciones habían sido un tercer puesto en la primera etapa y en la décima con final en Pau. Betsy también había sido tercera en una etapa.

Cambio de planes

Luego, en la etapa decimosegunda en Grenoble me escapé porque quería conseguir el maillot de puntos de rojos. Sin embargo, cuando me dijeron que tenía diez minutos de ventaja cuando coroné el puerto, no podía creerlo. Decidí bajar el ritmo porque pensé que no podría hacer el resto de la etapa sola, pero nadie me alcanzó y terminé por delante de Heleen Hage, que portaba el maillot amarillo, y me puse en segundo lugar de la clasificación genenal, a 64 segundos de ella.

Hay muchas cosas que te pasan por tu cabeza sobre lo que puedes y no puedes hacer en esos momentos. Recuerdo que al finalizar aquella etapa pensé de verdad que podía ganar el Tour. Sabía que tenía la capacidad física para lograrlo pero nunca lo había dicho abiertamente. Soy de un pequeño pueblo de Michigan y me veía a mí mismo como una chica de campo cualquiera. Siempre he estado en buena forma física, pero no se me daban bien los deportes de pelota. Solía hacer ballet y claqué, y también iba a correr, lo que me proporcionaba fuerza en las piernas.

Un día me lesioné la espalda esquiando y entonces probé el ciclismo. Enseguida me sentí muy cómoda y cuando terminé la universidad, en 1980, empecé a competir. Tuve un par de contratiempos —rotura de codo y clavícula— y al principio nunca tuve la aspiración de hacer nada más que correr con mi bicicleta por Boulder y disfrutar de las quedadas con los clubs locales.

Las cosas cambiaron cuando empecé a visualizar otras cosas. Dicen que tienes que verte como un campeona para serlo. La primera vez que hicimos ese ejercicio con mi entrenador, Tim Brown, yo estaba con Davis Phinney y Ron Kiefel. Tim nos hizo visualizar que estábamos en los Campeonatos del Mundo y que los ganábamos, y yo empecé a reírme para mis adentros. Pero con el tiempo, mis pensamientos cambiaron: ¿Por qué no puedo ser tan buena o mejor que las mejores corredoras? Pensé: "Vale, voy a probarlo". Así que fui a Texas a una carrera para ver qué nivel tenía y gané la primera etapa de perfil colinoso.

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En Estados Unidos había un circuito nacional de carreras muy generalizado que se desarrollaba por todo el país. Era caro llegar a todas ellas y competir, pero era exactamente lo que quería hacer.  Tuve que usar todos mis ahorros y estrené una tarjeta de crédito, pero sabía que las carreras era algo que tenía que hacer "ahora" y que tenía el resto de mi vida para pagar la deuda.

Cuando puede participar Tour nunca pensé en ganar, pero a medida que llegaban las etapas de montaña empecé a tener mejores sensaciones. En la jornada decimocuarta con final en La Plagne, ataqué y gané mi segunda etapa. Fue entonces cuando me puse de amarillo por primera vez, ya que Hage terminó a más de dos minutos y medio.

A las ciclistas holandesas no les iba bien la montaña pero, por el contrario, como equipo eran muy consistentes. Hubo un día, cuando nos dirigimos al Col de Joux Plane, que atacaron sin piedad durante toda la carrera antes de que empezara el puerto. Cuando empezamos a subir yo ya estaba agotada. Alcé la vista y vi esa carretera llena curvas que subía interminablemente durante kilómetros y kilómetros y pensé: “Dios mío, no lo voy a conseguir”. Pero nuestro cuerpo nos sorprende constantemente. Superé la montaña y defendí el maillot amarillo. Aquel día perdí 22 segundos con respecto a Helen Hage, que iba segunda, pero a partir de entonces nunca me separé de su rueda, asegurándome de que no me sacaría más tiempo. 

En los Campos Elíseos gané por más de tres minutos, pero llegamos todas al límite. Ya no podía dar ni una pedalada más. La gente realmente pensaba que no lograríamos terminar el Tour, pero lo hicimos y, además, ganamos. Me llevé 1000 dólares como premio que que se repartieron entre todo el equipo. No recuerdo la cantidad final que me tocó pero aquello no se trataba del dinero. El ciclismo no era algo que quería hacer para ganar dinero: era lo que quería hacer más que nada en el mundo.

El glamour parisino

La fiesta posterior fue, digamos, algo extraña. Recuerdo que estaba sentada en en una mesa con el ganador de la prueba masculina, Laurent Fignon y su acompañante, la actriz Jane Seymour. Fignon y yo no hablábamos el mismo idioma, pero Seymour nos iba traduciendo. Fignon se mostró bastante reservado y no demasiado entusiasta con la idea de que las mujeres competieran también y que compartieran el podio con los hombres. En un momento dado, los hombres abandonaron la mesa y subieron al escenario y se unieron al espectáculo de cabaret. Había una enorme botella de champán que abrieron con un hacha gigante. Se la dieron a Fignon y luego él me la dio a mí. Nos dimos cuenta de que los dos nos cortamos los labios porque el cristal de la botella se había picado con el hacha. Fue surrealista.

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Al año siguiente, empecé a tener problemas de salud y no estaba en mi mejor momento. Nunca averiguaron qué era, pero me ponía enferma a menudo con síntomas parecidos a los de la gripe después de hacer ejercicio de forma intensa. Así que a finales de 1985 colgué finalmente la bicicleta. Veinte años después, solucioné el problema comprando un purificador de aire para toda la casa y ahora ya nunca me pongo enferma. Imaginaros qué cosas.

El hecho de tener que dejar el deporte fue devastador para mí y actualmente estoy escribiendo un libro sobre esa transición. Después de competir, me mudé a Los Ángeles durante dos años, dos meses y 14 días —es broma—y luego volví a Boulder. Trabajé para Velonews durante un tiempo y en 1994 puse en marcha mi propio negocio de fotografía, Real Life Portraits.

Espero que haya otro Tour femenino algún día como el que corrimos nosotras. Fue increíble. Pero hay muchos retos antes ya que el Tour es un modelo de negocio que ya es un éxito así que: ¿por qué hacer cambios? ¿Por qué arriesgarse a hacer cosas nuevas? Los hombres llevan mucho tiempo compitiendo, tienen una historia y una tradición. Un cambio así tendría que tener sentido para los organizadores del Tour. Ellos mismos debería decir: ¡Tiene que haber una prueba femenina! Pero, ¿por qué no lo hacen? No creo que sea una cuestión solamente de no tomar riesgos.

Si las mujeres dijeran: "Venga, hagamos que esto ocurra, encontremos un patrocinador y hagamos que sea un evento con entidad propia, y consigamos una exposición mundial para nuestro patrocinador", quizás podría haber posibilidades de que sucediera, pero, en última instancia, siempre será una decisión comercial. Nos encontramos en un momento muy oportuno para que aparezca un patrocinador importante y tomé la decisión de involucrarse, ya que el ciclismo femenino está en un momento de visibilidad único. Es la oportunidad perfecta para que una marca dé un paso adelante y se convierta en líder mundial en este apoyo a las mujeres.

***Un artículo originalmente publicado en #VOLATA28

Fotos: Graham Watson Texto: Marianne Martin Tour de France Femmes Tour de Francia femenino


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