Los viajes nunca empiezan cuando nos ponemos en marcha físicamente. Suelen comenzar mucho antes, cuando los soñamos. Basta con echar un vistazo a un mapa o con que un dedo trace una línea en una hoja de papel. Para nosotros, los ciclistas, el deseo de recorrer nuevas carreteras y lugares es una constante. Y puede surgir de una historia contada por un amigo que acaba de estar allí, de una conversación escuchada en el tren, de una fotografía que nos llamó la atención en las páginas de una revista... o, simplemente, de seguir una carrera ciclista en la televisión. Por ejemplo, ver el Giro d’Italia todos los días a lo largo de tres semanas durante muchos años provoca una atracción irrefrenable por realizar una aventura ciclista en el país transalpino.
Según los datos recogidos por el ENIT, la oficina de turismo nacional, Italia es uno de los dos destinos más populares para los ciclistas de todo el mundo. El otro, como era de esperar, es Francia, donde se celebra el evento deportivo más televisado a nivel mundial. ¿Quién no ha fantaseado con visitar la Toscana, sus carreteras de grava blanca y las colinas de Chianti alrededor de Siena, después de ver una etapa del Giro o la Strade Bianche desde el sofá? Hemos decidido hacer realidad ese sueño con tres recorridos diversos en Florencia.
Primer día: descubriendo el sterrato de la Strade Bianche
Para los que nunca han visitado la Toscana, puede que estén familiarizados con el cliché cinematográfico de cielos azules, caseríos de piedra, viñedos bañados por el sol y largos caminos de grava bordeados de cipreses. "Algunos ciclistas vienen a Florencia para visitar ciertos lugares emblemáticos y nuestro trabajo es hacer que eso ocurra. Pero como italianos y entusiastas del ciclismo que somos, también tenemos el deseo y el orgullo de mostrar a los que viajan con nosotros que Florencia y la Toscana son mucho más de lo que la gente ya conoce". Estas son las palabras de Matteo Venzi y Andrea Gelli, del colectivo Rolling Dreamers, nuestros guías en los próximos tres días que han organizado esta fiesta del ciclismo.
Si hablamos de comida y bebida, un día en bicicleta en Italia solo puede empezar de una manera: con un café. En nuestro caso, se trata de un bar en el centro de Florencia, situado dentro de los claustros de un antiguo convento recientemente restaurado. En otros países, un lugar así sería un museo o una biblioteca; en Italia —y en particular en la Toscana, que posee el 11% del patrimonio artístico y cultural de todas las regiones italianas— este uso es perfectamente normal.
En cada curva de las estrechas calles de Florencia encontramos un buen motivo para charlar con alguien o hacer una foto. Cada vez que nos detenemos, lo más probable es que alguien nos pregunte detalles sobre nuestras salidas y hacia dónde nos dirigimos. Y es que Italia es un país de ciclistas y la bicicleta es un tema de conversación.
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Cuando estamos a punto de salir del centro de la ciudad, antes de cruzar el Ponte Vecchio sobre el río Arno, nos encontramos frente a la impresionante Catedral de Santa María del Fiore. Construida con mármol blanco, verde, negro y rojo y terminada en 1400, es inmensa: 153 metros de largo, 90 de ancho y 90 de alto. La rodeamos lentamente, pero Matteo sabe que queda mucho por delante: "¡Vamos! La ruta de hoy es larga, mañana tendremos tiempo de disfrutar de la ciudad".
La subida a Impruneta supone el primer esfuerzo del día y nos recompensa con una vista de pájaro de la ciudad que hemos dejado atrás desde el Piazzale Michelangelo, una de esas vistas mundialmente famosas e inmortalizadas en muchas películas. La pendiente más llevadera es el preludio de las suaves colinas de la zona del Chianti.
Por el camino, pasamos por lugares conocidos como Greve in Chianti, con su pintoresca plaza, y por otros menos conocidos como Vertine, un pueblo encaramado en lo alto de una colina. A continuación, nos dirigimos a Gaiole in Chianti, el centro simbólico de la Strade Bianche, el famoso granfondo que atrae a muchas personas de todo el mundo. "Hacer la Eroica por estas carreteras de grava debería estar en la lista de deseos de cualquier ciclista apasionado, incluso con una bicicleta moderna", comenta Matteo Venzi.
El atractivo de ese sterrato también es magnético para nosotros; no podemos resistirnos a realizar unos cuantos sectores a todo gas. A no ser que te encuentres con un tramo especialmente complicado, los neumáticos de 28 mm son más que suficientes en la mayoría de las situaciones. El tráfico es casi inexistente y quien hace uso de estos caminos solo lo hace por la ruta panorámica. Incluso los pocos que viajan en moto parecen eufóricos, a pesar de estar cubiertos de polvo.
"La primavera y el otoño son las mejores épocas para unas vacaciones en bicicleta en la Toscana, pero también se puede disfrutar mucho en pleno verano", apunta Matteo. Con la ayuda del viento, incluso la temperatura máxima de hoy, 42°C, es sorprendentemente soportable. Después de un bocadillo y una cerveza fría, visitamos Bottega Eroica, una tienda con una magnífica colección de bicicletas que podría exprimir fácilmente nuestras tarjetas de crédito. Pero esquivamos el desastre financiero, porque, al ir en bicicleta, no podemos llevarnos las compras a casa. "Podemos enviárselas directamente a su hotel en Florencia", nos dice con una sonrisa Emanuele Nepi, el propietario de la histórica tienda.
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Cuando nos ponemos de nuevo en marcha, la localidad de Gaiole marca el punto de inflexión de nuestra excursión en el día de hoy. Los rayos de sol del final de la tarde no son tan agresivos, y a pesar de los kilómetros y las subidas en nuestras piernas, sigue siendo divertido. De vez en cuando nos topamos con algunas rampas cortas y empinadas, los llamados muretti, o pequeños muros, que en algunos casos tienen tramos cortos con pendientes que se acercan al 20%. Todo esto aliñado con los característicos viñedos del Chianti, que dominan el paisaje de los alrededores.
De regreso a Florencia, decidimos desviarnos por Chiocchio. La carretera, que asciende suavemente, discurre por una cresta con vistas a las colinas circundantes y el escenario es asombroso con la suave luz del atardecer. Los tonos amarillos y anaranjados nos envuelven. El regreso a Florencia, por la carretera del valle —ya cayendo en la sombra— se convierte en una especie de final de carrera con una amistosa rivalidad. No sabemos si nuestra motivación para ir más rápido proviene del entusiasmo por el excelente día que hemos tenido, de la temperatura más soportable o del deseo de ir a cenar. Quizás las tres cosas juntas.
Segundo día: colinas y encanto gastronómico
El Parco delle Cascine es un enorme espacio verde al oeste de Florencia y resulta una perfecta y tranquila manera de alejarse de la ciudad. Allí, la población predominante está formada por niños en patines, gente que pasea al perro y runners. El parque está cerrado a los vehículos a motor y podemos recorrerlo de punta a punta mientras continuamos las conversaciones iniciadas durante el suntuoso desayuno en el Caffè dell'Oro, cerca del Ponte Vecchio. Diego, como siempre, reserva una mesa exterior para los ciclistas de Rolling Dreamers con una vista impagable sobre el histórico puente.
Salimos hacia el oeste por el río Arno, llegamos a Montelupo Fiorentino y seguimos por las colinas hasta llegar a Vinci, la cuna del genio del Renacimiento Leonardo. Las colinas de Montalbano son una de las zonas menos conocidas del Chianti. Rodamos principalmente por carreteras secundarias, alternando con el asfalto. Una situación que me hace recordar que cambiar una bicicleta de carretera por una rápida bicicleta de grava fue sin duda la elección correcta.
A lo largo del río Pesa, recorremos un terraplén rocoso, donde los senderos son más exigentes que ayer y el calor aquí es más extremo. Llegamos a Cerbaia, la ciudad natal de Maquiavelo, y desde allí, tras una corta subida, seguimos hacia Chiesanuova, donde nos detenemos a comer un bocadillo. "Aquí hornean las schiacciate", señala Matteo. Para los que nunca han comido una, se trata de una focaccia salada y rellena, bañada en aceite de oliva toscano y recién salida del horno. Poder disfrutar de una de ellas con una cerveza fría o una copa de vino hace que el viaje ya haya valido la pena.
"En los viajes organizados para nuestros clientes, algunas de las principales prioridades son la comida y los lugares en los que nos detenemos para descansar. Lo que buscamos no es solo la sensación de recuperar, sino verdaderos momentos en los que el placer de ir en bici se mezcla con el de experimentar la vida italiana, la buena comida, los lugares históricos y la compañía de la gente", matiza Matteo.
Casi al final de nuestro viaje, nos encontramos con Valerio, el propietario de un puesto de sandías al borde de la carretera en las afueras del sur de Florencia. "El rey de la sandía" es como lo presenta Matteo, estrechando su mano y abrazándolo, mientras apoyamos nuestras bicicletas contra un muro de la carretera. "Sus sandías son las mejores de la ciudad", continúa. Sería descortés no probar unas cuantas rodajas grandes bien frías y recién cortadas. Tanteamos pacientemente con nuestros cuchillos para quitar las pepitas y charlamos, disfrutando de la fruta mientras estamos sentados al lado de la carretera junto a unas mesas plegables, resguardados del sol. ¿Hay mejor manera de terminar un día de verano en bicicleta?
Tercer día: ascender disfrutando de la experiencia
La subida de la Consuma, al este de Florencia, no es nada trivial: cualquier ascenso con un desnivel de más de 1.000 metros merece respeto. Para muchos ciclistas locales, se trata de un lugar de sufrimiento que se asemeja a una prueba de umbral de potencia funcional de una hora de duración. Sin embargo, a lomos de nuestras bicicletas gravel subiremos admirando las vistas en lugar de la pantalla del medidor de potencia. Y pararemos para tomar café, helado, sándwiches y todo lo que queramos, porque estos tres días de exploración ciclista son para divertirse y tomárselo con calma.
Lo extraordinario de la red de carreteras de la Toscana es lo extensa que es. Con el gran número de carreteras y carriles, las combinaciones para ir de un punto a otro son prácticamente infinitas. Las famosas carreteras de sterrato de la región se encuentran principalmente al sur de Florencia, pero nuestra ruta nos lleva a subir a Pontassieve, donde los olivos salpican el paisaje antes de ser sustituidos por los viñedos al acercarnos a Castello di Nipozzano. Aquí, la familia Frescolbaldi produce un vino Chianti apreciado en todo el mundo.
A medida que ascendemos, la vegetación del bosque es más parecida a la de las montañas alpinas. Los árboles más altos proporcionan una sombra acogedora que nos mantiene frescos mientras pedaleamos. De vez en cuando, nos cruzamos con familias haciendo picnic en los claros de la carretera o con algún excursionista ocasional, pero la mayor parte del tiempo somos los dueños de la carretera, mejor dicho, del camino, ya que estamos lejos del asfalto.
La red de senderos que atraviesa esta zona es muy amplia. Los partidarios del bloque de la Resistencia se refugiaron en estos bosques durante la Segunda Guerra Mundial y consiguieron escapar así de las fuerzas de ocupación que los perseguían.
Además, esta parte de la Toscana ofrece una alternativa perfecta a las rutas más famosas de la Strade Bianche o el Chianti Classico. Mientras descendemos por carreteras más suaves de vuelta a Florencia, pienso que Italia es realmente un lugar único por su variedad de paisajes y ofertas. En tres días, empezando y terminando en Florencia, disfrutamos de tres aventuras completamente diferentes.
Al final del día, tenemos otra cita con un aperitivo nocturno en un lugar bastante exclusivo: en la mesa del club de remo de Florencia —normalmente solo para socios— con magníficas vistas del Ponte Vecchio.
Gigi, el director del club, nos recibe calurosamente y sus miembros nos hacen preguntas sobre nuestro viaje. La bicicleta es ideal para conocer a otras personas, especialmente en este entorno. Sin duda, el ciclismo y la gastronomía tienen mucho en común. Por eso, en Italia, nunca se pueden separar: para entender bien una de esas dos culturas, hay que experimentar también la otra.
Rolling Dreamers
Fundada por Matteo y Andrea, el deseo inicial de Rolling Dreamers era compartir su pasión por el deporte y los viajes. Lo que empezó con una sola aventura —ir en bicicleta de Italia a Barcelona y competir en el triatlón de la ciudad condal— ha evolucionado hasta convertirse en una forma de crear aventuras inolvidables para visitantes de todo el mundo. Además de entrenar a atletas para deportes de resistencia, ofrecen excursiones, paseos guiados y alquiler de bicicletas gravel desde su base en Florencia.
Ya sea recorriendo la Vía Francigena hasta Roma, explorando la naturaleza de los Abruzzos o guiando a los visitantes por las colinas locales de Chianti, la marca Rolling Dreamers se comprometen a hacer del deporte un medio para compartir valores positivos y respetar a los demás y al planeta.
Producido en asociación con Rolling Dreamers