Un total de 68 de los 75 corredores inscritos completaron la primera edición del Kilómetro Cero, un viaje no competitivo en bicicleta de gravel o montaña, celebrado del 29 de septiembre al 3 de octubre, que enlazó los 798 kilómetros que separan el origen de las carreteras en España, en la Puerta del Sol de Madrid, precisamente el kilómetro cero del Camino de Santiago, en Finisterre.
Esta nueva iniciativa, una travesía en modo de autosuficiencia, ha sido impulsada por el exprofesional Miguel Silvestre y el aventurero Juanjo Alonso Kapitan Pedales. Es el proyecto de El Kilómetro cero que cuenta con cuatro propuestas de recorrido para los próximos meses. La que nos ocupa —y que conseguí completar del 29 de septiembre y el 1 de octubre—, es el tramo de Madrid a Finisterre; otro, de Madrid a Tarifa; un tercero, de Madrid a Hondarribia; y el último, que unirá la capital española con Roses, en la Costa Brava.
Una vez superada la primera edición con éxito, la organización ya prepara la segunda para el 25 de mayo de 2022. Inscripciones ya abiertas en Elkilometrocero.com.
De Madrid al fin del mundo
La unión de la Puerta del Sol y el faro de Finisterre transita por los principales Caminos de Santiago de la Península Ibérica, que son el Camino de Madrid, el del Sureste, el de La Plata, el Francés, el de Invierno —para evitar las nieves del Cebreiro y final en Santiago de Compostela— y finalmente, en un interminable sube y baja, el tramo que alcanza la punta más occidental de la antigua Terra Cognita, el faro de Finisterre.
Arrancar en pleno centro de Madrid a las 6 de la mañana tiene sus particularidades, es decir, escaso tráfico y el testimonio de algún turista resacoso como escoltas de casi un centenar de ciclistas que nos dispusimos a iniciar unas jornadas de incertidumbre vital. Cada uno había diseñado su propia gestión del viaje. Algunos planearon cuatro jornadas de 200 kilómetros y descanso en hoteles y albergues; otros, proyectaron su aventura en largas y sacrificadas jornadas con escasas horas de sueño. Esta última opción fue la carta que escogimos junto con David Magán.
Así pues, y bajo abrazo de la noche, dejamos el Paseo de la Castellana atrás para viajar por rápidas pistas hasta Cercedilla. David, Pitera, Nacho Morales y quien suscribe compartimos unas horas de charla y pedales. El paso del Collado de Fuenfría, en la Sierra de Guadarrama, ya lo hicimos en solitario. A continuación, un descenso largo y frío hasta Segovia marcó la entrada a Castilla y León. A partir de entonces, recorrimos interminables kilómetros de llano, con la vía verde del Eresma incluida, que pusieron a prueba nuestra resistencia psicológica al mismo tiempo que la monotonía biomecánica se apoderó de nuestros cuerpos.
En Olmedo, al sur de Valladolid, hicimos la primera parada técnica. Encontrar un supermercado o restaurante abierto resultó difícil ya que la población se encontraba en plenas fiestas locales y el ambiente festivo nos obligó a buscar y rebuscar un sitio donde tomar algo sólido. Al final, el bálsamo para nuestros estómagos hambrientos fue un bocata de tortilla. En momentos como este, se evidencia como cada individuo reacciona de distinta manera al ultrafondo y, en nuestro caso, intentamos hacer las tres principales comidas del día: desayuno, almuerzo y cena. Por mi experiencia, sé que el estómago debe tener una base donde se irán asentando lo que, entre horas, iremos comiendo, básicamente barritas. Esta es mi receta, de aplicación únicamente personal. Cada individuo debe conocer su propio cuerpo.
En la villa amurallada de Ureña enlazamos con el camino del Sureste. Ya casi habíamos recorrido 300 kilómetros cuando llegamos a la zamorana Benavente, donde, de nuevo, paramos a comer. En este caso, nuestra cena consistió en un plato combinado que, además, se convirtió en la garantía que necesitábamos para continuar energética y gástricamente bien.
El otro aspecto que ocupaba nuestros pensamientos era el track de la ruta con el sistema dots en vivo, que nos permitía ver la posición de los demás participantes. Al abrirlo, vimos que delante nuestro solo estaba Dan Van Meeuwen, un espigado holandés que trabaja y reside en Girona. Dan usaba una mountain bike y rodaba casi una hora por delante nuestro, pero se iba atisbando un cambio de escenario.
Giro de guion
En Rabanal del Camino, un pequeño y especioso enclave en territorio maragato, dormimos una hora y nos cambiamos de ropa. También cargamos el GPS, cambiamos la batería del frontal, añadimos líquido a mi tubeless y llenamos nuestras bolsas de bikepacking con todo lo necesario para continuar esta larga marcha peregrina. La organización había dispuesto este único y novedoso punto de asistencia en el que cada corredor tenía su bolsa personal con los objetos que deseaba encontrar. A partir de Rabanal ya todo se ralentizó.
Coronar la Cruz de Fierro y bajar a Ponferrada se convirtieron en una pesadilla congelada. En el Bierzo nos recibió un frío seco y punzante. Eran ya las 9 de la mañana y nuestros estómagos vacíos se desgañitaban pidiendo un desayuno reparador. A las puertas de Ponferrada devoramos tres platos de pan con tomate y jamón, dos cafés con leche y un exquisito croissant que me pareció de los mejores que nunca he consumido. De repente, todo volvía a ser de color rosa; el estómago alimentó nuestro cerebro y las hormonas liberadas, casi eufóricas, nos pedían más kilómetros.
Ya en tierra galega, y descendiendo en busca del Puente de Domingo Flórez, se puede divisar en lo más alto las descomunales cantidades de pizarra amontonada. En un incesante sube y baja siguiendo el río Sil, llegamos a O Barco de Valdeorras. Ahí tocaba de nuevo comer bien. David hacía unas horas que iba con molestias y con estómago algo mareado así que paramos y comimos arroz con pollo. Sin embargo, la parada técnica no fue suficiente para darle la vuelta a la situación y David y su cuerpo decidieron que no podían continuar. Por entonces, también Dan Van Meeuwen se había retirado. Así que allí empezó otra travesía. Frente a mí, otro escenario, otro planteamiento, otra actitud. Me encontraba solo. Yo y el track, yo y la noche, yo y mis demonios internos. En ese instante, el Kilómetro Cero pasó a ser algo más espiritual que físico.
La llegada a Santiago resultó solo un prefacio convertido en una falsa sensación de liberación. El camino hasta el fin del mundo era todavía largo y duro, quedaban todavía 89 kilómetros y casi 2.000 metros de ascenso. Afortunadamente, los tramos de senda hasta Cee fueron un regalo para el corredor y ayudaron a mitigar la dureza de tramos como el Alto do Mar de Ovellas. En Negreira empezó la lluvia, fina y suave al principio, fuerte y venteada después. Tan solo quedaban unas pocas horas para llegar a la altura de la costa y vislumbrar así el final de esta intensa y salvaje aventura.
Recorrer las calles de Fisterra y superar el ondulante trayecto hasta el Faro del Cabo Fisterra hicieron aflorar en mi muchos pensamientos y emociones, algunos madurados y guardados durante meses. Fue el final de un largo proceso de aceptación que me daba permiso a mí mismo para ser alguien diferente. El Camino me había sorprendido por su extrema dureza y belleza. Había completado los casi 800 kilómetros del recorrido con más de 12.000 metros de ascenso de El Kilómetro Cero en 2 días 11 horas 13 minutos y 36 segundos, y antes que nadie —sí, entré en primer lugar—, pero lo realmente importante es que El Camino me transformó a un yo distinto.
Ver track de El Kilómetro Cero, Madrid-Finisterre en Komoot.