En esta nueva entrega de la serie de Relatos Sonoros nos adentramos en una de las secciones habituales de la revista VOLATA, el espacio 'Bicis por todas partes' en la que el periodista Borja Barbesà relata situaciones cotidianas que bien podrían tenernos a cualquiera de nosotros como protagonistas. En este nuevo capítulo recuperamos íntegramente el artículo titulado 'El diferido' y publicado en el número 35 de la revista dedicado en exclusiva a la juventud.
Bicis por todas partes. El diferido.
Era un pueblo de ochocientos habitantes, a comienzos de los años 90. No había papelería, no había todo a cien, no había un supermercado grande. Pero había estanco. ¿Querías un par de bolis BIC? Al estanco. ¿Querías balines para la escopetilla de aire comprimido? También al estanco, que estaba unido a un bar de viejos por una puertecilla interior. Así que a ese estanco acudía todo el mundo para una cosa u otra.
En mi caso, no faltaba la visita anual a inicios de mayo para hacerme con un par de cintas VHS vírgenes. Las necesitaba para poder grabar el Giro de Italia que aquellos años emitía Telecinco, entonces escrito Tele 5. Entre semana no podía ver la carrera italiana, puesto que había escuela. Cursaba séptimo u octavo de EGB y eso de la jornada intensiva aún no había llegado a mi vida. Sobre las seis llegaba a casa, me contenía de consultar el teletexto —una debilidad personal añorada— y ya está. Aún no conocíamos el término spoiler, ese vocablo nos esperaba unos años más tarde, supongo que por el hecho de que era muy fácil evitarlo. Así que un rato más tarde me ponía la carrera. Sin saber nada.
Ahora las cosas son distintas. Como es sabido, por un lado hay mayor facilidad para ver, en diferido y a la carta, cualquier contenido, cualquier carrera que te pilla trabajando o en una barbacoa. Tanta facilidad que se acerca a la presión por hacerlo. “¿No viste la carrera de ayer? Pero si está en internet a los diez minutos de haber acabado.” Por otro lado, la información nos es bombardeada desde todos los frentes y dispositivos. No me voy a poner pesado con ello, saben perfectamente de lo que hablo y no me sumaré a la pataleta recurrente, a la exaltación desmemoriada de esos tiempos pasados en los que para algunos la vida era más como debía ser (risas).
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Menciono todo esto como el contexto en el que se despliegan mis tribulaciones, mis aventuras y desventuras para conseguir llegar a las diez y media de la noche para ver la carrera importantísima que no he podido ver en directo. Lo primero que hago es archivar el grupo de whatsapp en el que comento las carreras con los insensatos de mi calaña, esa gente con la que puedo generar cincuenta mensajes en una etapa media de gran vuelta y el doble o el triple en una Paris-Roubaix. Insisto: archivar y no silenciar.
Si simplemente lo silencio, sigue apareciendo en el listado de conversaciones recientes. Entonces, cuando quiero ver el mensaje que me manda mi madre, ahí encima, por silenciadas que estén las notificaciones, te puedes encontrar un ¡TURGIS! que te provoca un vuelco al corazón si resulta que lo llevas en todas las porras. Y a veces, total, para nada.
Lo siguiente es no entrar en twitter bajo ningún concepto. Si uno no posee bastante autocontrol o, como es mi caso, tiene facilidad para darle al icono del pajarito azul como mero acto reflejo, recomiendo desinstalar la aplicación y fuera problemas. Al día siguiente, en tres minutos se vuelve a descargar.
Sigamos: portales especializados o foros de temática ciclista. También prohibidos, por supuesto. ¿Qué más? Prensa deportiva generalista, es decir, futbolera. Pues si no tenemos tendencia a bajar a las catacumbas del scroll, raramente habrá sustos. Eso sí, si ha habido una caída fea y hay imágenes explícitas, es probable que nos la cuelen en la parte alta de la home. Así que mejor no dar tráfico a estas alimañas y directamente no entrar en esas webs.
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Todo ello me dirige a la conclusión de que lo más fácil sería dejarme adrede el teléfono en casa. Pero esta solución no siempre es posible en estos tiempos que corren y aun así sé que sigo lejos de estar totalmente a salvo. Por raro que parezca, en plena calle, cuando menos lo deseas, te puede asaltar el resultado ciclista que deseas no conocer. Por supuesto, es más difícil cuando huyes de un spoiler de una carrera de primera línea, de una etapa importante del Tour, de un monumento o del mundial en línea.
Pero, amigos y amigas, tengo la suerte y la desgracia de tener conocidos que, al encuentro fortuito en una acera de la ciudad, me pueden saludar diciendo “Qué pasada el Circuito Franco-Belga, eh, qué jefazo Campenaerts”. Son muy pocos, de acuerdo. Tal vez tres personas entre las casi dos millones que pululan por ahí. Pero a veces te las encuentras y, siempre, en el peor momento. Así, he llegado a entrar de sopetón en una casa de costuras, para dar esquinazo a un buen amigo que advierto que viene de cara por mi lado de la calle ante el temor que me arruine la etapa friulana del Giro de Italia. O gritarle, a doce metros de distancia y sin mediar saludo previo, “¡NO HE VISTO EL GIRO!”, ante el asombro y pavor de los demás transeúntes.
En la playa, al atardecer, he nadado de más, hacia una boya lejana, bastante por encima de mis posibilidades atléticas, para evitar tener que hablar con el tipo de mi taller de bicis habitual. Es alguien con quien muy a gusto comento carreras cuando acudo voluntariamente a su establecimiento, pero supone un manantial de información no requerida si me he perdido la etapa decisiva de la Vuelta a Suiza.Y qué decir de algunos padres de la escuela de los hijos con los que he hablado tres veces en seis años de escolarización. En una de esas ocasiones, accidentalmente, el ciclismo apareció en la conversación, de modo banal. Esos padrazos saben de mi interés, pero no tienen ni idea de la intensidad de ese interés, no se imaginan la magnitud de mi pedrada.
Pues bien, he ido a fiestas de cumpleaños saliendo directamente de trabajar que, a la pereza inmensa habitual de la socialización boba, había que añadir el terror ante la posibilidad de que hubiera ganado un español y eso hiciera que ese hombre (todo bondad y un equilibrio mental mucho más estable que el propio) arruinara mi plan nocturno de ver ni que sea los últimos 5 quilómetros de la Flecha Valona. Por el amor de dios, que ya sé que no pasará nada relevante antes del muro de Huy, es la última carrera del año para regodearse viendo y analizando situaciones tácticas en retrospectiva. Qué menos que dejarme disfrutar de tres minutos de ciclistas dando chepazos con la intriga de quién ganará.
Así que ya ven, hoy en día, en mi caso, perderme una carrera en directo supone protagonizar una tarde en clave de thriller, una huida constante. El enemigo tiene múltiples caras, la mayoría sonrientes, y posee un arma de destrucción masiva: hablar de más.
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