Las Ardenas flamencas se despliegan a lo largo de una cadena de colinas onduladas e irregulares en un rincón de Bélgica que no tiene nada que ver con el triángulo cosmopolita que forman Bruselas-Amberes-Gante, lejos de la costa y de la masificación turística de Brujas. Resultan interesantes para los aficionados al ciclismo, y para poca gente más. Un paisaje agrícola de campos, carreteras estrechas, pequeñas zonas boscosas y muchos pueblos diminutos en un paisaje de trabajo. Si se sube a cualquiera de los bergs flamencos, el viento arrastra el ruido provocado por la industria rural y el omnipresente olor a abono.
Las Ardenas flamencas no tienen una dimensión épica, pues la cordillera alcanza un máximo de 150 metros. Sin embargo, son innegablemente belgas, son la quintaesencia del país. Además, la forma en que este paisaje se entrecruza con su patrón de núcleos urbanos, el clima y la cultura local ha creado una red de carreteras que plantean al ciclista un reto complejo. Para ganar el Tour de Flandes, o la E3 Classic, o la Omloop Het Nieuwsblad, el corredor necesita entender cómo las carreteras se inclinan a la izquierda y a la derecha alrededor de los campos, dónde se estrechan o dónde están expuestas al viento.
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Los ingenieros civiles y los urbanistas han llegado algo tarde en su intento de domar la loca red de carriles construyendo carreteras nacionales que conectan con las ciudades más grandes. En el contexto de una carrera ciclista, ayudan al organizador a conectar mejor las subidas y las carreteras estrechas. No se pueden avanzar posiciones en el Kwaremont, y tampoco lo puedes hacer por ninguna de las dos carreteras estrechas que llevan hasta la cima, así que la carretera nacional es la última oportunidad de estar en una buena posición al inicio del Kwaremont, Paterberg o el Koppenberg.
De muur a muur
Empezaremos nuestra ruta por el Muur van Geraardsbergen (Kapelmuur), una cima menos habitual en la actualidad por ser una subida urbana, pero cuya cúpula octogonal de la capilla en la cima y el empinado giro de los últimos cincuenta metros sobre el pavé forman parte de la iconografía del ciclismo. Las laderas de la carretera se convierte en un anfiteatro bullicioso, ruidoso y lleno de color cuando pasan las carreras.
Desde el Kapelmuur, el Tour de Flandes solía bajar por el otro lado, subía al Bosberg y se dirigía a Ninove, donde estaba la meta. La versión actual de la Omloop Het Nieuwsblad sigue esta ruta. “Sin hacer demasiados kilómetros puedo acceder rápidamente a toda la región entre Brakel, Geraardsbergen y Oudenaarde desde mi casa. Mi zona de Flandes está en ese punto en el que la Bélgica flamenca y la francófona se cruzan”, explica Bert Roesems.
Un corredor avispado
Como corredor, Roesems era un buen contrarrelojista y, a pesar de su 1,90 m de altura, podía manejarse ágilmente dentro del pelotón. No tenía capacidad para esprintar, es cierto, pero siempre mantuvo una sana ambición por intentar ganar carreras leyendo a sus rivales, especialmente en los tramos finales de una carrera dura. Disfrutaba corriendo para las escuadras belgas más pequeñas, como el Landbouwkrediet y el Palmans, porque eran seleccionados para las carreras más importantes, y tenía suficientes galones y habilidad como para poder correr para él mismo.
Más tarde, en el Lotto, estuvo en un equipo mucho más grande y con más efectivos, pero aun así las victorias no llegaban. "Cuando no puedes esprintar, tienes que aplastar a los demás de otro modo —comenta—. O bien desgastándolos durante mucho tiempo, o simplemente siendo el más fuerte". Se le daba bien la psicología. Asegura que otros corredores con calidad que habían elegido el camino de ser gregarios, perdían la capacidad de tomar decisiones lúcidas en un momento de máxima tensión.
La táctica de Roesems siempre fue sencilla: escaparse y llegar en solitario, superar a sus rivales y, en el caso en el que las fuerzas estuvieran muy igualadas, hacerlos trabajar intentando guardar fuerzas a rueda. "Cuando me tocaba dar el relevo, les costaba mantenerse a mi rueda. Los estaba rematando poco a poco, pero eso aún no lo sabían…", reflexiona con un punto de satisfacción.
El hombre de los componentes
Roesems trabaja ahora como coordinador de marketing deportivo para la marca Shimano. Es el enlace entre los equipos ciclistas profesionales que necesitan material y la empresa de componentes. Como ex corredor, entiende el deporte de élite, y, como empleado de Shimano, entiende cómo hay que suministrar equipamiento a los equipos. Es un trabajo más complejo de lo que parece y se ha complicado con los años. "Un ciclista ya no tiene tres bicis, ahora tienen seis o siete para diferentes carreras y terrenos. Desde el punto de vista de los componentes y el equipamiento, son muchos juegos de ruedas, desviadores y juegos de frenos para un solo corredor", explica.
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El Covid no ha facilitado las cosas: las concentraciones de pretemporada solían ser una oportunidad ideal para conocer a los ciclistas, pero las restricciones sanitarias se han interpuesto. Además, Shimano cambió su grupo estrella Dura-Ace de 11 a 12 velocidades el pasado mes de agosto, y cambiar todas las bicicletas fue un reto logístico. "Como corredor, nunca fui consciente de lo que se necesitaba para que tu bici estuviera a punto para la competición. Hay mucho trabajo entre bastidores. Hay una planificación y un seguimiento", argumenta.
La transición entre el Roesems ciclista y el Roesems técnico de Shimano, fue suave y satisfactoria, como quien cambia de marchas con los engranajes bien engrasados y calibrados. La visión desde la cima del Muur ahora tiene otros matices para Bert Roesems. “Este era un lugar de sufrimiento —recuerda—. Era algo que tenía que conquistar lo más rápido posible. La magia no es solo que luches contra los elementos naturales: los adoquines, las subidas, los corredores y el tiempo. Si no que también debe haber una lucha cultural, pues al ser belga, esto forma parte de nuestra herencia y de la forma en la que hemos crecido”, concluye.
*El texto completo lo puedes encontrar en el número VOLATA#32, dedicado a la esencia de las clásicas.