Las dinámicas del Tour de Francia Femenino este 2023 han sido muy diferentes a las del año pasado. La segunda edición del regreso de la ronda gala al calendario femenino ha estado marcada, en gran medida, por la actitud de las escapadas. De las siete etapas en línea, teniendo en cuenta que la octava fue la contrarreloj de Pau que puso el colofón a la carrera, cuatro de ellas tuvieron el protagonismo evidente de la fuga. Incluso se podría incluir en esa ecuación el movimiento ganador de Lotte Kopecky a diez kilómetros de meta en la jornada inaugural para enfundarse el primer maillot amarillo. Todas han estado definidas por los mismos componentes: la valentía, la determinación y el inconformismo.
La naturaleza y la idiosincrasia del ciclismo femenino para afrontar las carreras siempre ha dificultado la labor de las escapadas en vueltas por etapas, con distancias que caen a plomo, el descontrol en cualquier mínimo repecho, la superioridad de un grupo reducido de ciclistas.... Y eso no lo convierte en mejor o en peor, simplemente en algo único. El nivel medio del pelotón es el que tiene la capacidad de hacer crecer el deporte y este Tour de Francia femenino ha sido un reflejo de que la diferencia entre las grandes dominadoras, que siguen teniendo un talento extraordinario, y el resto se están acortando.
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Ese crecimiento en el nivel del conjunto del pelotón en los últimos años ha favorecido un mayor espectáculo competitivo. También el último componente del que hablábamos anteriormente, el inconformismo con el guión establecido, es quizá la clave para comprender el auge del ciclismo ofensivo en este Tour Femenino. Las ciclistas han tratado de anticipar, por lo que las fugas han sido complejas de consolidar. Quien conseguía filtrarse en el grupo cabecero eran corredoras fuertes y potentes, con la capacidad de plantar cara a un pelotón que por momentos parecía desconcertado e inoperante a la hora de reducir las diferencias. La película se repitió constantemente entre la tercera y la sexta jornada, relegando a las velocistas a un segundo plano en esta edición de la ronda gala.
Ricarda Bauernfeind sorteó el control del pelotón en la quinta etapa para estrenar su palmarés en el Tour (Fotografía: Charly López / A.S.O.)
Martha Truyen felicita a su compañera Yara Kastelijn tras su victoria en Rodez (Fotografía: Charly López / A.S.O.)
Al término de la quinta etapa, la alemana Ricarda Bauernfeind, que a sus veintitrés años se convirtió en la ciclista más joven en ganar en el Tour tras una aventura en solitario de más de 30 kilómetros, apuntó como una posible explicación que los equipos centrados en la general no quisieran gastar demasiadas fuerzas con la mirada puesta en el Tourmalet. Con especulación pirenaica o sin ella, lo cierto es que junto a la alemana de Canyon // SRAM, Yara Kastelijn (Fenix-Deceuninck) y Emma Norsgaard (Movistar Team), que decidió buscar su oportunidad desde una perspectiva alejada a la volata, plantaron cara al pelotón y lo vencieron.
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El pleno estuvo cerca de completarlo la neerlandesa Julie van de Velde (Fenix-Deceuninck), la primera de las corredoras —en la tercera etapa— que desafió al sistema. Una cabalgada de 59 kilómetros que acabó a tan solo doscientos metros de la línea de meta mientras Lorena Wiebes (SD Worx) se aprovechó del trabajo de persecución del Team DSM para lograr la única victoria al esprint. Porque este Tour ha recompensado al ciclismo valiente y, lo más importante, puede convertirse en el origen de una nueva forma de entender el ciclismo femenino. El pelotón y las favoritas ya no son invencibles.
Imagen de cabecera: Charly López / A.S.O.