Quizás esta zona sea uno de los secretos mejor guardados del cicloturismo pirenaico. Cuando uno piensa en la Val d’Aran seguramente se le vienen a la cabeza las palabras nieve y esquí alpino. La capital de esta comarca catalana, Vielha, es un punto neurálgico mundial de los deportes de invierno. Pero cuando las temperaturas suben, la nieve deja paso a un magnífico entorno de alta montaña que lleva años conquistando a practicantes del trail running y a ciclistas que han tenido el privilegio de conocerlo.
La Val d’Aran es un enclave muy especial dentro de los Pirineos Atlánticos. Por la dureza de sus puertos y la belleza de sus paisajes, no es de extrañar que sus carreteras hayan sido protagonistas en el Tour de Francia, como el Espacio Natural Protegido d’Eth Portilhon. Pero más allá de las grandes historias relacionadas con el ciclismo profesional, la tierra del Aran siempre ha sido algo misteriosa y enigmática. Durante siglos —y hasta 1948—, la única manera de acceder era a través de Francia o por el largo puerto de la Bonaigua, que durante muchos días de invierno suele estar cerrado por la nieve. Ese aislamiento histórico ha contribuido a su magnetismo, y por ello la Val d’Aran tiene una lengua propia, el aranés, sus propias instituciones y hasta un clima único.
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Visitar la Val d’Aran también implica estar bajo el influjo de dos mares: el Mediterráneo y el Atlántico. Eso hace que su vegetación sea más verde y frondosa, con más abetos, hayas y robles, y que su fauna sea más salvaje y escurridiza: osos pardos, urogallos, marmotas, águilas... Esa es una de las cosas que más me gustan de la Val d’Aran. Y lo mejor, la sensación de inmersión total, como si la montaña te abrazara constantemente. De hecho, Val d'Aran significa valle de valles en aranés. Aquí viven tan solo diez mil personas en 620 kilómetros cuadrados, lo que significa que es frecuente la sensación de soledad.
Para esta aventura en el puerto de Salient, Carla Alfonso pedalea con una bici MMR X-Tour para gravel
Había rodado antes por la Val d’Aran en bici de carretera, pero esta era mi primera vez con una bici de gravel y todos los buenos recuerdos que ya tenía de la zona, se amplificaron. Sabía que en la zona del Pla de Beret, una meseta a los pies de las pistas de esquí de la estación de Baqueira-Beret, suele haber amplios senderos para practicar senderismo, bicicleta de montaña e incluso montar a caballo, pero esta vez decidí apostar por una zona más agreste en el interior del valle.
Esta experiencia también era una forma de despedirme del paisaje catalán durante casi un año, el cual iba a estar entre Canadá y Alemania por trabajo. En realidad, mi profesión está muy ligada al aire libre y al deporte, y mi proyecto de doctorado estuvo motivado por el ciclismo y el esfuerzo que requieren los puertos de alta montaña. Soy neurocientífica y mi investigación se centra en formas de medir la fatiga y el estrés y, mejorar la recuperación y relajación.
Fue rodando en los Dolomitas y en Andorra, donde empecé a montar en bici, que entendí el poder de la mente en el deporte, y la importancia que tienen la salud física y mental para rendir y disfrutar… Más tarde, cuando pasé por una época al borde del sobreentrenamiento, conocí el Heart Rate Variability (HRV) —la Variabilidad de la Frecuencia Cardiaca—, y desde entonces ha sido mi principal tema de investigación. Se trata de una medida de tu sistema nervioso autónomo, encargado de tu respiración, digestión y pulso, entre otras funciones. Es una métrica muy útil para adaptar el entrenamiento a cada organismo.
Descubriendo el valle secreto
Pero volvamos a la Val d’Aran. Partiendo de Vielha, la ciudad más poblada, el primer reto era coronar el Salient, un puerto que se eleva hasta los 2.148 m a lo largo de 24 kms de subida continuada a través de un camino llamado Camin de la Coma d’Auran. No es una ruta demasiado habitual en el mundo del gravel, pero estamos en la alta montaña y hay que aceptar sus reglas del juego: pista serpenteante, llena de curvas en sus primeros kilómetros y algunas mini emboscadas propias de un entorno casi salvaje.
A medida que iba superando el desnivel, los bosques iban perdiendo densidad y en la cima la inmensidad de la montaña se hizo presente. Un pequeño lago en un suave descenso tras 18 km de subida, era la antesala de la coronación pocos kilómetros después, y la gran recompensa: enormes praderas donde pastan las yeguas, salpicadas de muchas flores silvestres los días de verano y las vistas al glaciar de la Maladeta al fondo. Para los bikers, la pista se estrecha y sigue adelante con una bajada técnica a través de un sendero que serpentea por la ladera de la montaña, pero para los graveleros, es recomendable volver a recuperar la misma pista por donde habíamos subido.
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La bajada también exigió que pusiera a prueba mis habilidades técnicas. Fue un descenso exigente, pero también entretenido. Cuando llevaba 19 kms bajando, tomé el camino de la derecha en vez de seguir hasta Vielha, para conectar con otras pistas de suelo más firme que me permitieron gozar de otro de los encantos de Aran: sus núcleos urbanos pintorescos como Mont, Vilac y Gausach y la cuenca del río Garona, el único del Pirineo catalán que desemboca en la vertiente atlántica.
La nueva MMR X-Tour fue la bicicleta utilizada en esta ruta gravel en la Val d'Aran
La vuelta a Vielha tras 55 kms de aventura de gravel técnico fue casi un ”shock”, tras pasar horas rodeada de exuberante naturaleza. Me habían hablado del síndrome de Stendhal. Creo que lo experimenté en la Val d’Aran, rodeada de verde a más de 2000 metros, con mi bici de gravel y dejándome abrazar por estas montañas mágicas.
Más información sobre la oferta turística y los recursos de la Val d’Aran en: visitvaldaran.com
*El texto completo lo puedes leer en la revista VOLATA #40