A caballo entre el ciclocross, modalidad en la que fue Campeón del Mundo en 1975, y el ciclismo en ruta, Roger de Vlaeminck fue uno de los grandes dominadores de las clásicas en la década de los setenta. El belga protagonizó una de las grandes rivalidades históricas en las carreras de un día junto a Eddy Merckx, compartiendo podios en infinidad de ocasiones. De hecho, ambos corredores son junto a su compatriota Rik van Looy los únicos ciclistas capaces de haber conseguido la victoria en los cinco Monumentos. Pero el gitano, sobrenombre con el que se conocía a De Vlaeminck, también brilló en la Tirreno-Adriático.
Los adoquines de París-Roubaix siempre fueron su terreno predilecto. Entre 1970 y 1981 acumuló un total de nueve podios en el infierno del norte, consiguiendo cuatro triunfos, el que más veces la ha ganado junto a Tom Boonen, cuatro segundos puestos y un tercero. Estos resultados le valieron el apodo de Monsieur Roubaix, con el que ha pasado a la historia. Sin embargo, es menos conocido que quizá Roger de Vlaeminck también merezca otro apelativo: Signore Tirreno. Nunca fue un ciclista que se prodigara en la clasificación general de las vueltas por etapas. Aun así, entre su extenso palmarés de más de 160 victorias, destacan los seis maillots azules consecutivos en Tirreno-Adriático.
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Se convirtió en el rey de los dos mares desde 1972 hasta 1977. Por aquel entonces, la carrera, creada en 1966, estaba concebida como una preparación de cara a la Milán-San Remo. Se trataba de una vuelta de cinco etapas —seis o siete si se incluía algún doble sector— especialmente diseñada para velocistas y grandes rodadores. Y lo cierto es que esos ingredientes la transformaron en el cortijo particular de Roger de Vlaeminck. Las jornadas al estilo clásica le beneficiaban, era capaz de imponerse en llegadas masivas y en la contrarreloj tradicional en San Benedetto del Tronto sacaba ventaja a sus rivales.
Además de las seis victorias en la clasificación general, De Vlaeminck se endosó un total de quince victorias parciales en sus ocho participaciones en la carrera. Dicho de otra manera: ganó un tercio de las etapas que disputó en Tirreno-Adriático. Tan solo el cántabro Óscar Freire, con once triunfos, y Alessandro Pettachi, con diez, han podido aproximarse a sus cifras.
Roger de Vlaeminck celebra su victoria en la París-Roubaix de 1974 (Fotografía: Maurice Terryn / KOERS)
El único ciclista que plantó cara al ciclista belga fue Francesco Moser en 1977, concluyendo a escasos cinco segundos en la general. Unos años más tarde, De Vlaeminck recordaba aquella victoria como la más especial: "Mi sexto triunfo consecutivo quedó grabado en mi memoria. Primero porque era un reinado único, pero, sobre todo, porque había dominado a dos grandes estrellas de la época como Moser y Saronni”. Ese año comenzó a germinarse entre los dos ciclistas italianos una de las rivalidades más populares en el imaginario colectivo ciclista.
En la trayectoria de Roger de Vlaeminck, el territorio italiano y su variado calendario siempre estuvo muy presente. Gran parte de su carrera la pasó en equipos de Italia. De hecho, la figura del ciclista belga va asociada al maillot del estilo de la bandera estadounidense del conjunto patrocinado por la marca italiana de goma de mascar Brooklyn. En el Giro d’Italia ganó veintidós etapas, se hizo con tres victorias en Milán-Sanremo y dos en Il Lombardía, así como innumerables triunfos en clásicas como Laigueglia, Roma Maxima, Giro dell’Emilia y Milano-Torino.
Pero si hubo un sitio donde el carácter indomable de Roger de Vlaeminck encontró su lugar para expresarse con autoridad, más allá de su relación especial con los caminos empedrados del norte de Francia, ese fue la Tirreno-Adriático. Cincuenta años después, nadie ha osado, siquiera, acercarse al trono que ocupa Signore Tirreno.