El componente otoñal de la París-Roubaix convirtió la 118ª edición en una auténtica selección natural. Un guion en el que la lluvia, pero principalmente el barro, ejerció un papel fundamental para otorgarle a la carrera un tinte épico que se vio reflejado en todas y cada de las instantáneas que hacían honor al apelativo de Infierno del Norte. Tras la áspera capa de tierra húmeda que cubría por completo su maillot de campeón europeo —y el de todos los participantes— se intuía la figura de un Sonny Colbrelli que consiguió la victoria más importante de su carrera; veintiún años después de la última que cosechó Italia en Roubaix con Andrea Tafi en 1999.
Las lágrimas de emoción del ciclista de Bahrain-Victorious al cruzar la línea de meta eran más que elocuentes: había tocado el cielo. Tendido en el césped central del velódromo de Roubaix, con las manos sobre la cabeza, sin comprender todavía lo que acababa de lograr y unos instantes después de alzar la bicicleta al cielo en señal de victoria. Una imagen físicamente idéntica, pero simbólicamente opuesta la que protagonizaba un Mathieu Van der Poel exhausto a escasos metros del italiano. El neerlandés, sin un gramo de fuerza, se tuvo que conformar con la tercera posición tras una jornada caótica en su debut sobre los adoquines del norte de Francia.
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La meteorología modificó el curso natural de la carrera antes incluso de la llegada de los sectores empedrados. Todos eran conscientes de la guerra individual que se avecinaba, y no se confundían. En esas complicadas circunstancias, con caídas y averías mecánicas por doquier, incluso de las motos de televisión, sobrevivir era lo primordial. La llegada de Truée d’Arenberg, con el pelotón completamente destrozado, comenzó a trazar líneas de definición en medio de una situación impredecible. Mientras la numerosa fuga inicial mantenía sus constantes disputas internas, por detrás Mathieu Van der Poel comenzó su particular exhibición a más de 95 kilómetros para la línea de meta.
El inicio de la París-Roubaix estuvo marcado por una intensa lluvia / Fotografía: Team Jumbo-Visma
Mathieu Van der Poel, Sonny Colbrelli y Guillaume Boivin en Mons-en-Pévèle / Fotografía: A.S.O. - Pauline Ballet
El italiano Sonny Colbrelli, en una mezcla de astucia, fuerza y valentía, supo interpretar que se trataba del momento adecuado y aprovechó la vigilancia de Wout Van Aert —séptimo tras una persecución constante— y el propio Van der Poel para marcharse hacia delante en los sectores réplica del Bosque de Arenberg. Precisamente, ese movimiento le permitió estar en una posición favorable cuando el neerlandés acabó por explotar el grupo de los favoritos en el tramo de pavé que une Warlaing con Brillon a 73 kilómetros de Roubaix. Tan solo Yves Lampaert tuvo la osadía de mantenerse a rueda del nieto de Raymond Poulidor mientras éste ejercía su habilidad técnica para trazar, muchas veces de manera insensata, las peligrosas curvas repletas de barro.
Ambos, especialmente por el empuje del neerlandés, fueron recogiendo supervivientes de los diferentes grupos esparcidos por el recorrido de una fuga que todavía seguía teniendo opciones reales de que uno de sus integrantes se hiciera con el triunfo. Entre ellos, destaca la figura del jovencísimo Florian Vermeersch, que se mantuvo alrededor de las primeras posiciones durante más de 200 kilómetros. Cuando el belga fue absorbido por el pequeño grupo comandado por el neerlandés y el italiano en Mons-en-Pévèle todavía quedaba un último escollo para consumar la remontada: Gianni Moscon.
Gianni Moscon y Jonas Rickaert atravesando el bosque de Arenberg / Fotografía: París-Roubaix
El ciclista del INEOS-Grenadiers persistió en cabeza de carrera mientras los primeros rayos de sol asomaron en señal de tregua para los ciclistas. El italiano fue capaz de mantener una diferencia estable por encima del minuto hasta que la leyenda de Roubaix se cruzó en su camino. Primero con un inoportuno pinchazo y después con una caía en uno de los sectores de aproximación a Chamins-en-Pévèle. Estos dos elementos, junto con la fatiga acumulada en una jornada de estilo bélico, acabó con las opciones de Moscon, que finalizó en cuarta posición. Fue neutralizado en el decisivo Carrefour de l’Arbre, donde tres debutantes como Van der Poel, Colbrelli y Vermeersch se encaminaron hacia la victoria.
Un inesperado terceto en el que las fuerzas flaqueaban y los intentos por llegar en solitario fueron en vano. El velódromo André-Pétrieux, como en tantas ocasiones, sería el juez final. Una llegada en la que Sonny Colbrelli gestionó a la perfección su mayor velocidad para superar a un extenuado Mathieu Van der Poel y a un Florian Vermeersch que miraba con tristeza cómo el italiano levantaba el preciado adoquín. Una amargura propia del momento que no debe ensombrecer una fantástica actuación y su presentación de cara al futuro.
Imagen de cabecera: Bettini Photo