Las ruedas tienen algo mágico y rompedor.
En la Edad del Cobre, hace más de cuatro mil años, se utilizaban máquinas con ruedas para dar forma a la arcilla cruda y convertirla en cerámica. Las primeras máquinas, hechas de madera, movían diferentes tipos de vehículos. Más tarde, hace unos dos mil tres cientos años, los griegos encontraron la forma de utilizar la fuerza del agua corriente en los molinos para moler, rodar y martillar diferentes productos y materiales. Los antiguos romanos seguirían utilizando la misma tecnología —las ruedas— para otros fines, como la minería y la construcción de puentes, carreteras, palacios y teatros.
Las ruedas hicieron más accesibles las cosas difíciles. Y hoy en día todavía lo hacen, como cuando se recorren en bicicleta largas distancias que son casi inalcanzables a pie. Las ruedas, y las bicicletas, son también el improbable rasgo de unión entre otra increíble rueda —el mangano— y Pachamama, el esfuerzo de Orbea por salvaguardar la esencia más profunda del ciclismo: pedalear con la Madre Naturaleza en el corazón.
El Antiguo Mangano
Al igual que otros ejemplos de motores con ruedas, el Antico Mangano de la imprenta Marchi de Santarcangelo (Emilia Romagna, Italia) utiliza la fuerza de las ruedas para alisar y comprimir tejidos como el lino, el cáñamo y el yute. Pero, a diferencia de las versiones más antiguas de esta tecnología, que requerían el uso de muchas personas, ésta —que se remonta al menos a 1633 y se ha utilizado desde entonces— sólo necesita la fuerza de un individuo.
No es de extrañar que el Mangano de la Stamperia Marchi fuera una innovación rompedora, ya que el genio Leonardo Da Vinci estuvo detrás de esta histórica mejora. Con un nuevo equilibrio y proporciones entre la rueda y su gran eje (juntos, pesan cincuenta y cinco toneladas), Da Vinci podía utilizar el peso de una sola persona para activar la pesada madera de los engranajes de la rueda. Después de elegir y lavar la tela, se prensa con el mangano, haciendo que la urdimbre y la trama del lienzo sean lisas y suaves. Pero en este punto, el trabajo de la familia Marchi no ha terminado, ya que es ante todo una imprenta histórica que utiliza un tinte especial y poco común.
Polvo de hierro
"El tejido ya está listo para ser estampado a mano", explica Alfonso Marchi, artesano de tercera generación de la Stamperia Marchi. Aunque el óxido se trata de una mala noticia si empieza a acumularse en la cadena, el efecto es el contrario para las imprentas históricas de esta región italiana, que lo utilizaban como tono principal para sus productos.
"Lo que ha distinguido al estampado en Romagna es la magia de un color: el polvo de hierro. Da una coloración muy fuerte en la tela, por eso los antiguos tinteros decían que era un color mágico. No se estropea y recuerda el pan recién salido del horno, al trigo o a todo lo que está soleado", explica.
La familia Marchi sigue utilizando los antiguos patrones que los campesinos usaban para las mantas de los bueyes. Su trabajo siempre ha servido no sólo a la comunidad local, sino también a los viajeros y comerciantes de la cercana Valmarecchia.
Sobrevivir a la guerra
Sin embargo, la imprenta y el mangano de Marchi casi desaparecieron durante la Segunda Guerra Mundial. La familia de Alfonso precisaba de madera para mantener cubiertas las necesidades básicas, y en ese momento parecía que ya nadie necesitaba el mangano. Pero Alfonso, que en aquella época era un niño de tan solo ocho años, imploró a su abuelo que lo salvara. El anciano no pudo resistirse a la petición de su nieto, y esa es la única razón por la que la histórica maquinaria sigue funcionando hoy en día.
Aun así, no fue una decisión sencilla, pues los clientes escaseaban y ya no llamaban a la puerta como antaño. Tuvieron que acudir a los mercados locales y exponer sus productos para sobrevivir. Entre las cosas que ayudaron a la supervivencia de esta actividad y, por tanto, de la máquina, fue su unión con otra rueda, en este caso con la de una bicicleta.
Ruedas por ruedas
"Mi abuelo solía ir con su bicicleta a Sogliano, San Marino y San Leo cuando se celebraban los mercados", cuenta Alfonso Marchi. "Y lo hacía —prosigue— con regularidad, porque buscar y encontrar un trabajo que hacer no era como en la actualidad, que prácticamente te lo traen a casa. Ese esfuerzo dio sus frutos, ya que ayudó a la familia y al mangano a sobrevivir”.
Pero para mantenerlo en buen estado de funcionamiento, hay que hacer un uso diario, como si se tratase de una bicicleta. "En Santarcangelo existe un mangano que sigue activo, intacto, y que nunca ha sido modificado ni renovado. Se restaura manteniéndolo vivo y trabajando con él a diario".
Futuro asegurado
Y al menos por el momento, el mangano de Marchi está a salvo. El hijo de Alfonso, Gabriele, sigue activo en la antigua tradición familiar y es la cuarta generación que trabaja en la imprenta: "Desde que era un niño, venía aquí a jugar en el taller, y se puede decir que, poco a poco, aprendí jugando".
No es un trabajo fácil. No sólo porque ser artesano requiere muchas horas y sacrificios hoy en día, sino también porque mantener el mangano familiar en forma y salvaguardarlo para el futuro es un esfuerzo extra en sí mismo. Aun así, es una labor que ningún Marchi cambiaría por nada en el mundo. "Es una responsabilidad, pero también un placer. Cuando la gente viene a nuestro taller y ve lo que podemos hacer, no puede creer que esté hecho a mano. Así que esto me produce una gran satisfacción, y estoy muy orgulloso de ello", dice Gabriele.
Una vez más, la similitud con el ciclismo es estrecha. Sin el trabajo duro y el sacrificio, probablemente disfrutaríamos un poco menos del ciclismo.
*Reportaje promocional en asociación con Orbea
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