El esfuerzo altruista, la pasión y el arraigo con una carrera centenaria que forma parte de la identidad de la cultura ciclista. Sobre esos principios se basa la filosofía de ‘Les Amis’ de Roubaix. Un grupo de voluntarios que se reunió por primera vez en 1977 y que son parte integrante del éxito de una de las mayores clásicas, y el segundo Monumento más longevo. Posiblemente, sin sus labores de mantenimiento y cuidado de los tramos de pavé esta carrera no tendría lugar; al menos no en su actual e irresistible forma.
Son los encargados de delimitar estos característicos caminos rurales franceses con los postes de madera que los rodean. También de limpiar la creciente hierba y el musgo que se adueña de los arcenes y el pavé durante los húmedos meses de invierno. Los adoquines parecen un símbolo perdurable de permanencia, como si el granito desgastado recorriera la tierra y simplemente quedara expuesto donde la superficie ha sido limada. Sin embargo, sin el trabajo incansable de ‘Les Amis’ de Paris-Roubaix, probablemente ya no existirían.
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Las primeras ediciones de la París-Roubaix nunca buscaron de manera premeditada los adoquines. Simplemente, formaban parte del recorrido hacia el norte desde la capital francesa, como ocurría en la mayoría de las primeras carreras ciclistas. Pero en los años sesenta y setenta, una parte de este tipo de caminos comenzaron a ahogarse en un mar de asfalto y hormigón. En esa época, no todo el mundo entendió el romanticismo inherente a una serie de pistas agrícolas en proceso de desintegración y cubiertas de estiércol.
Aún así, el impulso de un sector de la sociedad para forzar un cambio de mentalidad y los esfuerzos del antiguo campeón del mundo en 1962 Jean Stablinksi, que vivía en los alrededores del primer sector de adoquines de la carrera en Troisvilles, hicieron que Roubaix se convirtiera en la celebración ciclista sobre los adoquines que es hoy en día.
La carrera es ahora un vehículo para preservar las piedras. Unos objetos que tanto el presidente de ‘Les Amis’, François Doulcier —cuyo trabajo diario es la gestión de una línea de montaje en una fábrica de automóviles—, como su equipo de voluntarios, consideran una parte fundamental del patrimonio rural de Francia. Y, por supuesto, como un elemento insustituible y único en el mundo del ciclismo.
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Además de los ejercicios de persuasión constantes para convencer a los agricultores de la zona y a los ayuntamientos locales de la importancia de mantener los tramos de pavé, también se hace necesaria una revisión constante para un adecuado mantenimiento. "Nuestro principal problema es que todos los inviernos hay maquinaria agrícola muy pesada que pasa por encima de los adoquines y daña las capas subyacentes de la carretera", explica Doulcier, situado en el centro de la imagen.
Una de las mayores amenazas para las piedras proviene de los cazadores de recuerdos. El mítico sector de Trouée d'Arenberg (el Bosque de Arenberg) es uno de los puntos más castigados en particular, ya que se trata de uno de los tramos más reconocibles, ya no solo de la París-Roubaix, sino de la historia del ciclismo. Es por ello que la limpieza y el mantenimiento anual es esencial, ya sea por la cubierta de musgo que se genera en Arenberg, el hundimiento de piedras por la irregularidad del terreno en el Carrefour de l’Arbre o el apelmazamiento de barro en Orchies.
Cada año, los voluntarios —cuyas filas se ven reforzadas por los estudiantes de las escuelas de horticultura locales— reparan y repavimentan los sectores individuales que más lo necesitan, recurriendo a una reserva de adoquines alojada cerca de Roubaix. A través de estas labores de modificación y cuidado, un adoquín afortunado se monta sobre un zócalo y se entrega al ganador de la carrera. Por tanto, se trata de un trofeo que mantiene intacta su esencia, pero con un valor único y exclusivo en cada edición. Tres de ellos, además, tienen la oportunidad de pasar sus días resguardados en la sauna de Fabian Cancellara.
En definitiva, ‘Les Amis’ de París-Roubaix son parte esencial en el desarrollo de la que es considerada la clásica de las clásicas. Un grupo humano que con su esfuerzo y trabajo, por amor a la carrera, son capaces de hacer perdurar el pavé en las condiciones adecuadas para poder transitar sobre ellos. Y no solo por el valor patrimonial y emocional que tienen, sino también por cuidar la seguridad de los ciclistas, los grandes protagonistas en el Infierno del Norte.