Que una de las pruebas de la Copa del Mundo de Ciclocross se disputara en Benidorm era, sin duda, exótico y atrayente. La quinta esencia de Flandes, una disciplina que aquella región de Bélgica considera casi exclusiva, cambiaba de escenario para pasar un fin de semana en la cuna del turismo intensivo de sol y playa en una ciudad conocida como la Manhattan del Mediterráneo por su distintivo perfil urbano repleto de rascacielos. Benidorm, la segunda localidad con mayor densidad por metro cuadrado a nivel mundial, tan solo por detrás de Nueva York, mudaba de piel para acoger el ciclocross del más alto nivel, que regresaba a España once años después tras la última aparición de la Copa del Mundo en Igorre (Vizcaya) en 2012.
Sentía curiosidad por comprobar si este binomio entre una disciplina tan particular y una ciudad en su día que fue escenario de películas de Manolo Escobar y Alfredo Landa, podría llegar a consolidarse y la conclusión es más que positiva. Había muchas ganas. Se notaba la ilusión de la gente los días previos al evento y se ha confirmado con un resultado espléndido. Fueron más de 15.000 personas las que se reunieron para disfrutar de un espectáculo que desde primera hora de la mañana contaba con un ambiente al más puro estilo flandrien. Por supuesto, no podía faltar la cerveza —la neerlandesa Amstel—, la música y el aroma a patatas fritas y hamburguesas, mientras la élite del ciclocross mundial como Mathieu Van der Poel, Wout Van Aert, Tom Pidcock, Marianne Vos, Fem van Empel y Lucinda Brand sorteaban una yincana de curvas cerradas, desniveles, escaleras, obstáculos, tramos de tierra, arena y césped.
No hubo barro, sino polvareda y grava suelta, lo que llamó la atención de algunos corredores, que se mojaron más o menos a la hora de comentar el recorrido. “Creo que hacer el circuito aquí supone que haya más limitaciones en cuanto el recorrido. No podemos esperar el típico circuito de ciclocross —declaró a Eurosport, Tom Pidcock, que disputó su última carrera vistiendo el maillot de Campeón del Mundo, tras los entrenamientos del sábado—. Pero creo que la Copa del Mundo venga aquí significa apoyar a que el ciclocross crezca en otros países, no solo en Bélgica y Holanda”.
Más allá del análisis técnico, fue interesante recorrer el circuito, observando y preguntando, para descubrir un público heterogéneo. Por un lado, los que respondían ser apasionados del ciclocross y, por otro, los que como yo, estaban viviendo su primera experiencia. Sin embargo, lo que unía a unos y otro es que para la mayoría era la primera ocasión que vivían una jornada así en directo. No hubo barro ni chirimiri belga, pero sentir el polvo en suspensión con el paso de los corredores tenía cierta magia. También es destacable la cantidad de niños y niñas que se agolpaban en los límites del circuito, la línea de meta y la zona de prensa para pedir una foto, animar y, en definitiva, vibrar con sus ídolos. Me quedé con la sensación de que hay futuro.
Una parte importante de los asistentes se habían desplazado desde otros puntos de España, pero también había gente local impulsados por el entusiasmo que genera una figura como la de Felipe Orts. El pentacampeón de España corría en casa —es de La Vila Joiosa, una localidad vecina de Benidorm a penas 13 kilómetros de distancia — y se convirtió en uno de los ciclistas más aclamados. Una referencia. “Voy a recordar este día toda mi vida. El apoyo del público ha sido brutal. Muchos han descubierto lo bonito que es el ciclocross y espero que todos hayan disfrutado lo mismo que yo”, comentó el ciclista del Burgos BH todavía exhausto al cruzar la línea de meta en novena posición y completar su tercer top 10 de la temporada en la Copa del Mundo.
Fueron unas palabras que también secundó una hora antes Lucía González, admitiendo sentirse completamente abrumada al concluir la prueba élite femenina. “Nunca había vivido nada igual”, subrayó la ciclista asturiana. Sin duda, el ambiente fue ensordecedor durante toda la jornada. Estuvo implicado público belga, neerlandés, británico y alemán al tratarse de uno de los rincones estatales —la Costa Blanca— con mayor porcentaje de residentes de estos países. Y también los hay que son turistas, claro, porque los eventos deportivos es una forma de atraer público. Benidorm, cuyo alcalde, Toni Pérez estuvo presente, está apostando por desestacionalizar su oferta turística y buscar una fórmula que le permita alejarse del estigma de turismo de toalla y sombrilla y del llamado turismo de borrachera.
La ciudad alicantina ha conseguido transformar su economía en tiempo récord durante la década de los sesenta y setenta, pasando de ser un pequeño pueblo pesquero de menos de 10.000 habitantes a la quinta localidad más poblada de Alicante con 69.738 personas censadas en 2022. La relación de Benidorm con el ciclismo ya tuvo su primer capítulo con la disputa del Campeonato de Mundo de carretera en 1992 y la zona, aunque más cercana a Calpe, es utilizada habitualmente por equipos profesionales durante el invierno. Ahora, con un evento de estas características, la organización ha demostrado que el elevado interés por el ciclocross también puede trasladarse a un territorio que tradicionalmente no ha estado asociado a esta disciplina.
A pesar de algunas críticas entre lineas al circuito, en el aspecto técnico muchos coincidían de antemano que sería un recorrido rápido, pero sin grandes alardes. Y tanto que lo fue, ya que hubo una velocidad media altísima. Pero más allá de estas circunstancias, fue reconfortante observar en primera persona (y por primera vez) cómo uno debe relacionarse como espectador con el propio circuito: conocerlo, aprendértelo, moverte a través de él. El recorrido se integraba en cada rincón del parque de Foietes, a través de sus zonas de juegos infantiles —utilizadas durante los periodos entre carreras por los espectadores más jóvenes y sus progenitores— y laderas de césped, y posteriormente se adentraba en el bosque del parque del Moralet. Esto suponía un cambio de escenario instantáneo: en tan solo cinco minutos caminando pasabas de una zona urbana a estar en plena naturaleza.
El Moralet es ahora un pulmón verde en una ciudad sumergida en la cultura del ladrillo, que se ha rehabilitado durante el pasado verano, y que cuenta con 10 kilómetros de caminos, 7 kilómetros de senderos y tres rutas circulares para la práctica de mountain bike. Y allí, entre los árboles, sentías el movimiento de los y las ciclistas con el aliento del público. Una sensación única en la que podías dibujar el trazado del circuito mentalmente simplemente escuchando los gritos de ánimo. En la zona de Foietes, sin embargo, para un recién estrenado en el mundo del ciclocross como el que suscribe estas lineas, me quedo con las carreras de algunas personas para tratar de ver el paso de los corredores desde diferentes lugares. Y, por supuesto, con el efecto muelle que se producía al acabar cada prueba para rellenar la jarra de cerveza en la fan zone.
A nivel deportivo, el día acompañó. Las carreras junior y sub23 fueron de un nivel muy alto, lo que sirvió para ir calentando motores antes de las pruebas élite. Fem van Empel, campeona de Europa y ganadora, Puck Pieterse, Shirin van Anrooij y Silvia Persico mantuvieron un duelo a cuatro muy ajustado hasta la última vuelta en una carrera femenina que contó con la presencia de Marianne Vos, con salía el dorsal 1 como vigente Campeona del Mundo de la especialidad. En la categoría masculina, se produjo la esperada batalla entre Wout Van Aert y Mathieu van der Poel, con victoria para el neerlandés tras un último giro al circuito en el que arriesgaron por mantener ambos la primera posición. Sin duda, fue un colofón brillante para redondear una prueba que ha sentado las bases para mantenerse en el calendario de la Copa del Mundo a partir de ahora.
Foto cabecera: Jasper Jacobs / Getty