En el ciclismo actual, la etapa al esprint más codiciada y preciada es la última jornada del Tour de Francia en París. Pero durante años, incluso décadas, antes de que la ronda gala empezara a terminar con asiduidad en el centro de la capital francesa, los velocistas encontraban sus Campos Elíseos particulares en la capital del vino, Burdeos. Rodeada de llanuras, esta ciudad del suroeste de Francia, cercana a la costa del Océano Atlántico, siempre estuvo reservada a los grandes velocistas del pelotón. En sus calles y amplios bulevares han conseguido la victoria ciclistas como Eddy Merckx, Rik Van Looy, Freddy Maertens, Erik Zabel, Djamolidine Abduzhaparov o Mark Cavendish.
En 1964, Burdeos fue testigo, además, del último triunfo en el Tour de Francia de uno de los ciclistas más laureados de la carrera: André Darrigade. Allí, el quinto corredor con más victorias en la ronda gala, con un total de 22 etapas en su palmarés, consiguió alzar los brazos por última vez. Ahora que el Tour regresa finalmente a Burdeos por 82ª ocasión, después de trece años de ausencia, Darrigade, que el pasado abril cumplió noventa y cuatro años, estará observando con gran interés.
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Nació en Dax —donde se inició la cuarta etapa— en 1929 y siempre ha vivido en esta zona plagada de viñedos en el suroeste francés. Amigo íntimo y compañero de equipo de Louison Bobet y Jacques Anquetil, fue un pilar fundamental en el prestigioso equipo que dominó el Tour de Francia en los años cincuenta y sesenta. Darrigade nunca ganó la carrera, no era su objetivo, pero consiguió hasta un total de veintidós triunfos de etapa, más que cualquiera de sus dos compañeros convertidos en leyendas, además de enfundarse dos veces el maillot verde de los puntos.
En Francia, los ciclistas de aquella época siguen siendo recordados con cariño. Con la Segunda Guerra Mundial superada, aunque todavía en la memoria, el ciclismo fue el deporte preferido de la nación. Las carreras de bicicletas, grandes y pequeñas, eran omnipresentes y, en muchos sentidos, unían al país. En Francia se refieren a este periodo como "les Trente Glorieuses", los treinta años dorados de la posguerra en los que la economía francesa estaba en alza. También para el ciclismo galo fue una época gloriosa, de la que surgieron grandes campeones. Uno de ellos fue André Darrigade.
"Hay que recordar que logré 22 victorias de etapa mientras trabajaba para el equipo y ayudaba a Bobet y Anquetil", dijo en una conversación desde su casa en Biarritz. "Gané la etapa inaugural cinco veces, porque siempre tuve un poco más de libertad para correr por mi cuenta al principio del Tour, así que lo aproveché al máximo. Y también fue una buena manera de conseguir portar por unos días el maillot amarillo".
Tras labrarse su reputación en la pista en los años cuarenta, se convirtió en profesional en 1951, y rápidamente entabló lo que sería una amistad de por vida con Bobet. Ambos fueron vecinos en Biarritz hasta la muerte de Bobet en 1983. "Los domingos solíamos dar una vuelta de 80 kilómetros", recuerda Darrigade. "Bobet era muy generoso. Todos sus compañeros le querían. Hubo momentos en los que fuimos adversarios en la carretera, pero éramos amigos", señala.
En muchos sentidos, sin embargo, a Darrigade se le recuerda más por sus años con Anquetil, en los que ambos formaron una especie de dúo dinámico. "Anquetil era muy diferente a Bobet. Él tenía que ser el jefe, pero yo era como su mano derecha. No le gustaba decir a sus compañeros lo que tenían que hacer, así que era yo quien lo hacía. Tampoco le gustaba hablar con la prensa, así que era yo quien se comunicaba con los medios en el hotel por las noches. Había una especie de jerarquía en el equipo. Bobet tenía mucha más personalidad", afirma.
Pero aunque nunca ganó el Tour de Francia, sí ganó el Campeonato del Mundo en 1959, una carrera de la que hoy dice que es su mejor recuerdo. "Siempre me gustó correr el mundial y siempre soñé con ganarlo. Y es más, creo que fui el único corredor que terminó en el podio en los campeonatos del mundo durante tres años consecutivos, al menos hasta que Peter Sagan se hizo con el arcoíris tres veces seguidas", destaca.
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No es de extrañar que el eslovaco, al igual que Mark Cavendish, sean dos de sus corredores favoritos en la actualidad. "Me he encontrado con Darrigade un par de veces —comentó Cavendish antes de la salida de la sexta etapa en Tarbes—. Obviamente, él era anterior a mi época, pero como velocista siempre me ha gustado conocer a todos los grandes esprinters de la historia. Es curioso, porque todo el mundo habla del récord de Merckx, pero para mí el objetivo era igualar a Darrigade. Suponía alcanzar la cifra de un velocista como yo. Es un tipo súper simpático y todavía sigue mucho este deporte", explicó.
Lo cierto es que muchos ojos estarán puestos en Cavendish en la séptima etapa, cuando el Tour finalice en Burdeos, ya que el británico tiene otra oportunidad de batir el récord de 34 victorias de etapa que comparte junto a Eddy Merckx. Y qué mejor lugar que Burdeos, donde Cavendish ganó la última vez que el Tour terminó en la capital vinícola de Francia en 2010. "La etapa de Burdeos sigue significando mucho para mí. No sé para los demás, pero para mí es especial. No puedo creer que hayan pasado trece años desde la última vez que estuvimos allí. Es un final precioso", concluyó el británico.