Desde 1966, año de nacimiento de la Amstel Gold Race, el patrocinador principal de la carrera más importante de los Países Bajos es la marca de cerveza Amstel. Son cincuenta y cuatro años ininterrumpidos de patrocinio, sin aparente fin, que ha conseguido sortear la creciente legislación contra las bebidas alcohólicas gracias a una mezcla de fórmulas ingeniosas y causalidad histórica. Cuestiones ingeniosas como que Amstel también es el nombre de un río que ya no queda ni siquiera cerca del recorrido de la prueba —de ahí viene el nombre de Ámsterdam—, y cuestiones históricas como que hace cinco décadas no se asociaba el alcohol al deporte.
El de la carrera Amstel es un raro ejemplo de perfecta simbiosis entre nombre, competición e intereses empresariales, que rara vez se encuentra entre los patrocinios deportivos más longevos que se conocen. Y no es la única cosa excepcional de la Amstel, una prueba que nació en plena agitación del movimiento Provo —que ya se trató en el número 6 de VOLATA, con el especial Ciclismo en Lucha— como aspiración de un país muy vinculado a la bicicleta pero que carecía de una prueba ciclista equiparable a las que se celebraban en los países de su entorno. Eran los años sesenta, con sus luces y sus sombras de idealismo y sueños incumplidos, que tanto se reflejaron en la primera edición de la prueba.
© Nationaal Archief
La llegada de El Caníbal
Después de dos ediciones de transición —incluso se llegó a disputar en septiembre—, en 1969 se impuso el calendario definitivo de finales de abril. Era una fecha que no propiciaba la participación de grandes figuras, porque ya habían acabado las clásicas del norte, de más solera, y los preparativos se encaminaban hacia el Giro de Italia. ¿Cuál fue el aldabonazo que cimentó la Amstel Gold Race? Conseguir la participación de Eddy Merckx. Algo que fue posible gracias a la “chequera” de la potente cervecera Amstel, que pagó el caché del megacampeón belga en 1973, que llegó y ganó —Merckx cobra y cumple— como también hizo en 1975, cuando ganó con el maillot de campeón del mundo conquistado meses antes en Montreal. La Amstel Gold Race ya era por entonces una carrera madura, a la que alguien como Merckx acudía para ganar.
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En lo que se refiere al recorrido de entonces, no se parece en nada al del ciclismo contemporáneo, que se inicia con la incipiente mundialización del ciclismo y la irrupción de la EPO. En 1983, Phil Anderson se convirtió en el primer corredor no europeo en ganar la prueba. Era una carrera llana, típicamente holandesa, porque por entonces las diferencias se podían marcar perfectamente en un recorrido de este tipo y no hacía falta nada más; por eso Jan Raas ganó la prueba en cinco ocasiones a finales de los setenta —como era holandés y ganaba, no hacía falta cambio alguno—. Los problemas comenzaron con la introducción de la Copa del Mundo en 1989. Parecía que había llegado la hora del cambio, la carrera se había quedado en una clásica para esprínteres, no excesivamente exigente.
Jan Raas (© Nationaal Archief)
En 1991 la meta se trasladó de Meerseen a Maastrich, la ciudad más importante del sur de los Países Bajos, con un recorrido colinoso típico de la zona del Limburgo, más semejante a las Ardenas que a las planicies del país. El ganador fue Frans Maasen, un corredor de la zona, por lo que los organizadores vieron refrendada su decisión. Sin embargo, la propia trayectoria personal de Maasen revela el detalle de por qué la carrera no tardaría en cambiar de nuevo: el corredor holandés dejaría de obtener resultados destacados a partir de 1993, según su propio testimonio, porque renunció a doparse con la nueva sustancia de moda en el ciclismo. Tras una serie de ediciones que eran rivales de la WWF —en 1994 Museeuw ganó por estrecho margen a Cenghialta, del Gewiss, con su compañero Volpi acechando en el pelotón; en 1997, Riis ganó en solitario tras un ataque inhumano del tipo de los realizados en el Tour del año anterior—, el paroxismo llegó en el año 2000, cuando un grupo de veinticinco corredores llegó a meta para jugarse la victoria en el esprint, con triunfo para el alemán Erik Zabel.
Cambio de recorrido
Cuando los organizadores llevaron la carrera al Limburgo, apenas una década antes, jamás hubieron pensado que su carrera llena de colinas, exigente y de fondo iba a tener una resolución así. Tardaron dos años en reaccionar —en uno de ellos, Dekker ganó a Armstrong—. Cambiaron el recorrido y pusieron la meta poco después de franquear el Cauberg, quizás la subida más exigente de toda Holanda. Sirvió para poco, porque el primer vencedor en el nuevo recorrido fue Vinokourov, en otro de esos homenajes a la manera kazaja que hizo esa primavera a su compañero y amigo fallecido, Alexander Kivilev. La serie que vino a continuación no fue mucho mejor: Rebellin, Di Luca, Frank Schleck o Schumacher, cada uno con su particular exhibición. Sin embargo, esta vez dejaron todo como estaba. El cambio era reciente, y siempre cabría la esperanza de que un holandés ganase.
Subida al Cauberg en 2015 (© Tim de Wale)
Pero no fue así. Entre 2001 y 2019 no hubo ningún vencedor nacional en la carrera, aunque son años que coinciden plenamente con el esplendor del mejor equipo holandés de la historia, el Rabobank. Una y otra vez cometían errores tácticos y una y otra vez había rivales más fuertes. En 2013 alejaron la meta casi 2 kilómetros desde la coronación del Cauberg y la carrera volvió a recobrar un brío fugaz, roto porque se volvía a llegar al esprint más o menos masivo, como en la edición de 2015 con la victoria de Kwiatkowski, el único junto con Merckx, Raas e Hinault capaz de ganar de arcoíris en la carrera.
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Los organizadores, demostrando un espíritu de adaptación realmente inusual —en Italia se critica mucho la carrera porque para ellos se trata únicamente "dar vueltas a rotondas", repitiendo recorrido—, volvieron a cambiar el final en 2017, alejando el Cauberg casi 20 kilómetros de meta, lo que ha propiciado tres ediciones bellísimas y de gran categoría, especialmente la última.
Podio dela última edición con Matthieu Van der Poel como ganador ( C© Amstel Gold Race)
Por fin, un holandés
Con un ataque a 37 kilómetros, en el que no quedaba mucho terreno de subida, los dos corredores más potentes de esta primavera se fueron en un dúo perfectamente acoplado. Eran Fuglsang y Alaphilippe, y lo tenían todo para ganar hasta que empezaron a racanear ya muy cerca de meta. Ese momento de indecisión, y confianza mal entendida, fue aprovechado por el corredor local Matthieu Van der Poel que, a pesar de ir dando relevos de caballo en el pelotón, fue capaz de alcanzar en el último momento a los fugados y ganar la carrera. El primer ganador holandés en dieciocho años. Proost!