Es 27 de diciembre de 2019. Se ilumina la pantalla del móvil y miro, de forma casi inconsciente. Hay una notificación de una mención de Volata en Instagram. Abro el aviso y descubro que me ha tocado un viaje a la Tro Bro Leon. “¡Oh, genial! Un viaje a León”, pienso de forma irónica. No Iñaki, espera, no vas a ver la Pulchra Leonina… ¡es a Bretaña! Un viaje para dos personas. ¿Quién podría acompañarme en esta aventura? Obviamente, otro loco de las bicicletas como mi hermano Rober.
Así comenzaba una andadura que ha tardado algo más de dos años en producirse. En 2020, ya con los preparativos en marcha, el mundo se puso patas arriba, y en 2021, todavía en pleno proceso de búsqueda de la aparente normalidad, tampoco se organizó la Tro Bro Cyclo, la prueba cicloturista. Las noticias de que 2022 era el año supusieron una alegría y una motivación para sumar kilómetros encima de la bici. Pero no había que hacerlo únicamente por carreteras perfectamente asfaltadas, pues nos esperaban los famosos ribinous. Esos característicos tramos de tierra que se han convertido en la seña de identidad de la Tro Bro Leon.
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Llegar a Bretaña desde Leioa (Bizkaia), donde yo vivo, no es una tarea sencilla, mucho menos desde Malmö (Suecia), donde lo hace mi hermano. Supone enlazar aviones o trenes de la mejor manera posible para llegar al departamento de Finisterre: Hendaia-Paris-Brest por un lado y Copenhague-Paris-Brest por el otro. A ello hay que sumarle el trasiego de viajar con una bici. Hay que armarse de paciencia y buena lectura para pasar las más de diez horas hasta tierras bretonas.
En la estación de tren de Brest nos espera un miembro de la organización para acercarnos al hotel. Se presenta como Pascal y nos hace ver que será nuestro enlace estos días. Charlamos un rato durante el trayecto y para nuestra sorpresa descubrimos que nuestro escudero es un exciclista profesional, Pascal Campion. Todavía no sabíamos que aquello de relacionarnos con ciclistas franceses sería algo habitual a lo largo del fin de semana. De hecho, al llegar al hotel nos informan que compartíamos alojamiento con el equipo Arkéa Samsic.
Durante la cena, al mismo tiempo que planeábamos nuestra estrategia, tratábamos de descubrir quiénes eran los dos ciclistas que acompañaban a Yvon Caër —director deportivo de Arkéa— y dos auxiliares. Sin más éxito que alcanzar a reconocer a Clément Russo nos dirigimos a nuestra habitación para descansar; mañana es un día duro pero muy esperado.
La esencia de la Tro Bro Cyclo
La previsión meteorológica en los días previos había sido inestable y muy cambiante. Al retirar la cortina de la habitación y mirar al cielo observo nubes grises, puede que la lluvia haga acto de presencia. Tras un desayuno potente para hacer frente a los 117 kilómetros con veinte tramos de ribin, preparamos todo lo necesario y esperamos para que Pascal nos lleve a Lannilis, desde donde parte la Tro Bro Cyclo. En esa espera coincidimos con uno de los auxiliares del Arkéa e intentamos hacer un trueque —sin éxito, por supuesto—de bicicletas. Incluso ofrecimos dos por una, pero se mantuvo firme en la negociación.
Los nervios comienzan a aflorar por la incertidumbre que genera no saber lo que nos vamos a encontrar, pero desaparecen de un plumazo cuando bajamos de la furgoneta. Cuando nos dirigimos a recoger los dorsales tomamos conciencia de lo que nos habían dicho desde VOLATA. ¡Todos habían oído hablar de nosotros y estaban deseando conocernos! “Oh, les basques!”, repetían. No hizo falta rellenar la inscripción porque nuestros dorsales (#302 y #303) ya estaban preparados. Conocimos a un gallego que repite experiencia por segunda ocasión y nos abrió un poco más los ojos con los ribinous. Uno de los grandes momentos fue cuando, por fin, pudimos conocer personalmente a Jean-Paul Mellouët, creador de esta bendita locura.
Antes de que diera el pistoletazo de salida, mi hermano y yo cogimos las bicis para comprobar que todo estaba en orden y dando una pequeña vuelta al pueblo encontramos un tramo sin asfaltar. Entramos sin dudarlo. La sensación de pisarlo por primera vez era positiva, estaba en buen estado y se rodaba cómodo. Después de esta incursión estábamos listos así que nos acercamos a la salida donde el ambiente era cada vez más especial.
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En total, somos poco más de trescientos inconscientes los que nos hemos dado cita en esta maravillosa prueba. La idea prevista era coger un grupo y rodar sin quemar mucho los primeros kilómetros donde se acumula más asfalto y menos caminos de tierra. Sin embargo, mis 58 kilos no terminan de adaptarse al ventoso terreno rodador y el grupo en el que estamos integrados me va sacando de punto, en cada acelerón me descuelgo. Tan solo mi hermano, acostumbrado al terreno sueco, me sostiene cerrando los huecos. Fue una especie de tortura durante los primeros cuarenta kilómetros.
El mar cambió tanto el escenario como las sensaciones. El recorrido desde las playas de Kerlouan hasta la meta se convirtieron en un juego de niños. Disfrutamos como enanos. Los paisajes costeros que nos acompañaron eran espectaculares, con las típicas carreteras estrechas de las clásicas y repechos en los que también me siento más cómodo en el apartado deportivo. Sin olvidar, por supuesto, la tensa diversión que suponía la llegada de cada ribinou.
El primer tramo que probamos en el reconocimiento era una autopista en comparación con esos camino de gravilla más o menos compacta, tierra, piedras de tamaño considerable, hierba, agujeros y hasta arena de playa… Cada ribin es completamente diferente, una pequeña locura. Y no pude evitar acordarme de Obélix en los últimos kilómetros y parafrasearle: “están locos estos bretones”. Un recorrido duro, durísimo, pero al final resulta que han sido nuestras mejores cuatro horas y veinte minutos en una bicicleta.
La mayor sorpresa de la Cyclo llegó una vez finalizada la carrera. Mientras nos cambiamos nos presentan a un hombre espigado que habla español con acento francés. “¿Sabéis quién es? Un ganador de la Milán-Sanremo”, nos comentan. Fue un instante de intentar procesar la información, no dábamos crédito. Se trataba de Marc Gómez, un bretón de Rennes hijo de emigrantes cántabros. Y sí, tiene un Monumento. Fue en 1982. Pero también consiguió un campeonato en ruta francés y tres etapas en la Vuelta a España.
Mantuvimos una charla muy agradable y distendida a la que se unieron nuestro amigo Pascal y Philippe Leleu, otro ciclista de la época ganador de una etapa en el Tour de Francia. Una verdadera cátedra para rememorar viejas historias y comprender gran parte del ciclismo de los ochenta. Curiosamente, Marc también tiene en su palmarés una Vuelta a Suecia y de la que nos cuenta un desenlace peculiar con su compañero de equipo Bernard Hinault en la edición de 1985. Una inesperada reunión de la que nos despedimos para tomarnos un par de merecidas cervezas hechas de forma especial para la carrera.
Vivir la Tro Bro Leon desde dentro
El domingo el turno era para los profesionales. Tuvimos que madrugar, pues Pascal nos tenía que dejar su furgoneta para ir a Lannilis mientras él iba con un coche de la carrera. Teníamos una pegatina de la organización así que pudimos aparcar dentro del recinto habilitado. Una vez allí, Pascal nos comentó que teníamos dos acreditaciones de invitados y un hueco en el coche de Gilbert Goachet. Es un fotógrafo freelance que había sido contratado por la Tro Bro Leon y le acompañamos durante la carrera para poder vivirla desde dentro. Él no hablaba español ni inglés y nosotros no hablábamos ni francés ni bretón. Aún así, conseguimos solucionar este pequeño dilema comunicativo y quedamos a las 11:30 en la línea de meta.
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Como todavía teníamos bastante tiempo decidimos acercarnos a las tres zonas que había habilitado la organización para distribuir a los equipos. Mi hermano es un apasionado de la mecánica, por lo que poder ver las bicicletas a centímetros fue un momento único. La forma de los cuadros, las potencias, los componentes e incluso las pegatinas de información de algún ciclista con los tramos de ribin. Nos detuvimos con especial atención en los puestos de los equipos Burgos-BH, Caja Rural-Seguros RGA, Kern Pharma y Euskaltel-Euskadi, echándonos unas pequeñas risas con la mascota de Xabier Mikel Azparren.
El cielo, que había amenazado con lluvia durante todo el fin de semana, acabó confirmando sus presagios. Eso aumentaba la dureza y los tintes épicos de la carrera. Entre toda la vorágine que envuelve la salida localizamos a Gilbert y junto a él nos adentramos en otra aventura, esta vez sin la bicicleta, pero igual de emocionante. Disfrutamos de la carrera al mismo tiempo que descubrimos una nueva faceta dentro del mundo que envuelve al ciclismo: la vida del fotógrafo. Es una profesión estresante. Te tienes que abrir paso por las cunetas, todavía entre los coches tras el paso de los ciclistas, en busca de tu vehículo para ir a buscar el siguiente punto que tienes programado.
A través de su mirada fuimos recorriendo varias zonas del recorrido como las playas de Kerlouan, en las que me volví a deleitar de sus vistas, o el ribin de Keradraon, el tramo número diecinueve, que no se atraviesa en la prueba cicloturista. Se trata de un camino de cinco triskèles, un símbolo celta que sirve para identificar los sectores más complicados de la Tro Bro Leon. Además, históricamente es un punto clave y con una gran riqueza paisajística con el paso por un castillo, un túnel y una dura subida final. Nuestra estratégica colocación, apoyados por la ubicación de Gilbert, nos permitió ver el momento en el que Arkéa-Samsic rompió la carrera antes de dirigirnos definitivamente a Lannilis para ver el final de carrera.
La zona de llegada se encontraba abarrotada y buscamos un hueco para ver el primer paso de los ciclistas por la línea de meta. La victoria se jugaría entre Connor Swift —ganador en 2021—, Hugo Hofstetter, Laurent Pichon y Luca Mozzato. Los tres primeros compartían los colores del Arkéa mientras que el italiano pertenecía al B&B Hotels-KTM. Una cosa sí era común: ambos equipos son bretones. Los hombres de rojo atacaban y contraacaban aprovechando su superioridad numérica, pero Mozzato consiguió defenderse hasta jugarse el triunfo en una ajustada volata final en la que se impuso Hugo Hofstetter.
Lo cierto es que entre ver el podio o acercarnos de nuevo al parking de los equipos optamos por lo segundo, pues no todos los días se tiene la oportunidad de moverse entre autobuses. Nos fijamos en los ciclistas que van llegando y la dureza de la prueba se reflejaba en sus caras. Una muestra más que evidente de que el sobrenombre de ‘El Infierno del Oeste’ es más que acertado. A Unai Iribar (Euskaltel-Euskadi) un chico le pidió el botellín y le señaló para que lo cogiese él mismo del portabidones. Su cara era un poema, de agotamiento extremo. Un poco más tarde, ya con más calma, aprovechamos para detenernos un rato con el equipo vasco, comentar la etapa y saludar a Luis Ángel Maté, columnista de VOLATA.
De vuelta a la zona de meta para aprovechar las últimas horas por Lannilis nos cruzamos con Hugo Hofstetter y su trofeo; y con Laurent Pichon y su particular cerdito de peluche. Tomamos unas cervezas junto a Pascal y nos comenta que la gente está contenta porque ha ganado el equipo de casa. El conjunto Arkéa para Bretaña se equipara a lo que es el Euskaltel-Euskadi para el País Vasco. El fabuloso director de la carrera, Jean-Paul Mellouët, todavía se encontraba por la zona, por lo que nos acercamos a despedirnos y a agradecerle una vez más su invitación y su hospitalidad. La familia Tro Bro Leon nos ha acogido como a uno de los suyos y siempre estaremos en deuda por todo lo que han hecho por nosotros. No lo olvidaremos.
El lunes amaneció plomizo. La idea de salir un rato con la bici antes de marcharse se desvaneció ante la posibilidad de lluvia. Quedaba ultimar la maleta y esperar a nuestro fiel escudero para que nos acercara a la estación de tren. Durante el trayecto hojeamos un par de periódicos donde se habla de la Tro Bro Leon y Pascal Campion nos enseña un vídeo de la televisión francesa con imágenes de la misma. Son los últimos minutos en Brest pero somos plenamente conscientes de que nos gustaría volver algún día a esas tierras norteñas. Ya en el andén y antes de subirnos al tren nos tomamos una última foto como colofón a nuestra aventura. Sonreíamos. ¿Cómo no íbamos a hacerlo?