Uno de los recuerdos más vivos de mi infancia es el de aquellas tardes de verano pegado al televisor siguiendo el Tour de Francia con toda la familia. Era un momento muy especial. Justo al lado, junto al vídeo descansaban las cintas de VHS de los cinco Tours de Miguel Indurain que me sabía de memoria. Tras terminar las etapas, salía a la calle con mis chapas de refrescos, que previamente había seleccionado, para jugar dibujando con una tiza en el asfalto los grandes puertos de montaña y emular a los ciclistas que veía por la tele. Destrozaba los pantalones a la altura de la rodilla para disgusto de mi madre, que se afanaba una y otra vez en remendarlos.
Más tarde, las chapas dejaron paso a Tours de Francia improvisados a lomos de nuestras bicicletas por el barrio con los amigos. Íbamos arriba y abajo apuntando los resultados en una libreta del colegio. Pasaron los años, me convertí en ciclista, fui acumulando muchos kilómetros e hice muchas carreras hasta que me llegó la oportunidad de hacer mi primer Tour como profesional en 2012.
Ya desde el momento en el que bajas del avión y pones pie a tierra en la ciudad de salida de la primera etapa, te das cuenta de que estás en una carrera distinta a las demás. Todo a tu alrededor estaba decorado con motivos amarillos, había muchos periodistas y grandes cantidades de público… Se palpaba que el Tour forma parte de la cultura francesa, que era un evento que iba más allá del deporte y era parte de la idiosincrasia del país. En Francia, cuando dices que eres ciclista profesional, la pregunta que te hacen a continuación siempre es: ¿Pero corres el Tour?
Luis Ángel Maté liderando el grupo en la linea de meta de Foix, en la etapa decimocuarta del Tour de Francia de 2012 (Imagen: Tim de Waele / Getty)
Ahora que las burbujas están a la orden del día, siempre he dicho que el Tour ya era una inmensa burbuja itinerante mucho antes. Generalmente, cuando estamos en competición vivimos al margen de todo, concentrados en nuestra carrera, nuestro descanso, el masaje, la comida...
Pues bien, esa sensación de aislamiento se multiplica en el Tour y parece que el mundo se para por donde pasa esa burbuja. Cuando vas metido en ella, experimentas sensaciones diferentes al resto de carreras. El bullicio constante del gentío, el sonido de las motos y los helicópteros a tu alrededor puede llegar a ser de tal envergadura que el oído, un sentido muy importante cuando montas en bici, prácticamente se pierde cuando vas metido en medio del grupo. Eso es la causa directa de una de las palabras más habituales durante la primera semana del Tour: las famosas montoneras. Hasta que no te ves dentro de una de ellas, no te das cuenta de que te has caído.
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Aún tengo presente un consejo que me dio Leonardo Duque, compañero por entonces en el Cofidis, antes de ir a mi primer Tour: “Luis, aproveche usted las zonas de alimentación para estar atento y remontar”. En aquel momento pensé que no sería para tanto, pero cuando, en la primera etapa en línea, llegamos a la zona de avituallamiento y, en medio del griterío de los espectadores, empezaron los nervios y los frenados, evité mi primera caída de milagro. Desde aquel día, en los avituallamientos, estaba más pendiente de coger aire que del alimento.
De aquel primer Tour, también tengo uno de los recuerdos más bonitos de mi carrera deportiva. Fue cuando, en una de las etapas de montaña, encontré a mi familia entre la multitud que esperaba en las cunetas. Verlos allí, después de todos los sacrificios que ellos también habían hecho para que yo pudiera cumplir mi sueño, fue como volver a aquel sofá de casa en una de aquellas tardes de verano todos juntos viendo la tele. La diferencia es que ahora el que corría era yo y ellos eran lo que me daban ese aliento para seguir adelante.
Después de aquel 2012, he podido llegar a disputar hasta seis Tour de Francia a lo largo de mi carrera profesional. Es un acontecimiento tan impactante que hay que vivirlo por lo menos una vez en la vida, ya sea como ciclista, periodista o espectador. El Tour me ha enseñado a ser mejor ciclista, porque de allí sales bien curtido. Muchos jóvenes del equipo Euskaltel me preguntan por ello y es inevitable, de la misma manera que yo preguntaba a los veteranos como Leo Duque. Tengo el deseo de —y ojalá se haga pronto realidad— poder ver de nuevo a la marea naranja abarrotando las cunetas del Tour de Francia.