El cántabro Óscar Freire siempre fue un ciclista diferente. Un ganador nato. Un amante de las clásicas. Su manera de entender el ciclismo se asemejaba más a la cultura ciclista que se prodiga en Italia, Bélgica o Países Bajos, que a la española, por lo que se labró una trayectoria de éxito en el extranjero. Tres Mundiales (1999, 2001 y 2004) encumbran el palmarés de Freire en las carreras de un día, en el que también destacan sus victorias en la Flecha Brabanzona, París-Tours, Gante-Wevelgem. Pero si hubo una carrera incontrolable que fue capaz de domar fue la Milán-Sanremo, en la que levantó los brazos en tres ocasiones: 2004, 2007 y 2010.
Este sábado se disputa la Milán-San Remo. ¿Revives recuerdos cada vez que se acerca esta cita?
Pues sobre todo los primeros años, cuando dejé el ciclismo profesional me hacía mucha ilusión verla. Ahora ya van pasando los años y, a ver,… una Milán-Sanremo siempre gusta por esa parte final y porque, bueno, toda la vida ha sido uno de mis objetivos principales. Sin embargo, últimamente me coincide fuera de casa con alguna marcha cicloturista, como este año, y es más complicado, pero intentaré estar pendiente.
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¿Qué ha significado la Milán-Sanremo en tu carrera?
Mucho. Al final mi primer equipo extranjero fue el Mapei y era una estructura que prácticamente ganaba todas las clásicas, pero les faltaba la Sanremo. Ya desde la primera concentración solo se hablaba de esta carrera, te lo metían en la cabeza. Al ser un recorrido que se adaptaba muy bien a mis características sabía que debía ser uno de mis objetivos. Y así lo fue.Óscar Freire luciendo su segundo maillot arcoíris en la Milán-Sanremo 2022 (Fotografía: Tim de Waele / Getty Images)
Tu primera victoria fue en 2004 ante Erik Zabel, con el que ya habías compartido podio en tu primera participación en el año 2000. Fue una llegada muy ajustada en la que el alemán levantó los brazos antes de tiempo, ¿cómo la recuerdas?
Fue muy especial. Lo cierto es que fue un error de Zabel por confiarse. Pero yo creo que, deportivamente hablando, fue justo que ganara yo. Recuerdo que poco antes del esprint estábamos luchando por la posición y se la cedí, por lo que él salió mejor colocado en los últimos metros y yo me relajé un poco y salí muy tarde.
Aún así ibas recuperando terreno.
Sí, venía más fuerte que él, pero claro, cada vez quedaban menos metros para la línea de meta. No tenía espacio suficiente para reaccionar, pero se confió demasiado y pude meter el último golpe de riñón para hacerme con la victoria. Hasta que no se cruza la línea de meta hay que mantener la tensión y no relajarse.
Erik Zabel celebra la victoria en Milán-Sanremo 2004, pero en el último suspiro se la arrebató Óscar Freire (Fotografía: Tim de Waele / Getty Images)
Esa tensión es la gran característica que podría definir a la Milán-San remo. ¿Es posible describir ese nerviosismo?
Yo siempre he dicho que la Milán-Sanremo se puede perder en cualquiera de los trescientos kilómetros que tiene el recorrido y ganar solo en el último. La tensión es muy alta según sales de Milán, pues te encuentras con las vías del tren, un tramo de pavé, la gente que quiere salir adelante para meterse en la escapada… Para el que quiere disputar no hay muchos momentos de relajación. En la segunda parte, los kilómetros, simplemente, vuelan de la tensión por mantenerte bien situado.
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La Classicissima se cataloga como el Monumento más fácil de acabar, pero el más complicado de ganar. ¿Qué hay que reunir para lograr la victoria?
Hay que tener unas cualidades muy específicas, porque tienes que ser rápido, ser hábil y desenvolverte bien en el grupo. Los ciclistas que aspiran a la victoria tienen que ser muy completos a nivel técnico. El equipo cuenta, pero se convierte en un esfuerzo individual en los últimos siete u ocho kilómetros y por eso está muchísimo más abierta. Al final las fuerzas después de tanto desgaste cambian y eso es lo que la hace especial.
¿Es muy exigente físicamente?
¡Bua! La semana siguiente estás molido. Mi experiencia los días posteriores siempre ha sido de una acumulación de cansancio que pocas veces he sentido. Y no es por el recorrido en concreto, ni la dureza, sino por la tensión. Es muy difícil que se refleje ese estrés, las peleas, los codazos ¡y hasta los gritos!, a través de una pantalla, pero gestionar esas situaciones es lo que marca la diferencia en la Milán-Sanremo.
*La entrevista completa la puedes encontrar en el número 38 de la revista VOLATA
Fotografía: Getty Images