La lectura - Bicis por todas partes

La lectura - Bicis por todas partes

"Es cuestión de pocos minutos, pero cuando asoma en el texto un nuevo topónimo, una nueva acotación espacial, justo ahí, me voy". Borja Barbesà habla sobre la fabulación y el poder de la lectura en su sección "Bicis por todas partes", de la revista VOLATA. 

Ilustraciones: Miquel Wert Texto: Borja Barbesà

La secuencia de hechos más o menos se repite. Me siento en la butaca del salón, o incluso me meto en la cama, cuando la casa ya está en silencio. Agarro el libro que tengo empezado, retomo el último párrafo leído el día anterior y cuando empiezo a pisar nieve virgen, a pasear la mirada por líneas todavía no descifradas, se activa una cuenta atrás.

Es cuestión de pocos minutos, pero cuando asoma en el texto un nuevo topónimo, una nueva acotación espacial, justo ahí, me voy. Bien, alguna vez soy capaz de seguir unas pocas palabras o frases más, por inercia, sin capacidad de comprensión, pero sin excepción la lectura ya está sentenciada o, viendo la botella medio llena, paso a una fase de lectura amplificada. Porque cuando releo el maldito topónimo inevitablemente hay que saber más de ese lugar, hay que ver más, y hay que hacerlo ya.

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Así que del libro salto, por un tiempo indeterminado, ya veremos si definitivo por ese día, a la Wikipedia y al mapa. A menudo utilizo Google Street View, me deslizo por los parajes descritos en el texto y contrasto lo parcial, estilizado y subjetivo de la representación literaria con la frialdad de la realidad, o al menos la realidad que ese día retrató ese coche fotógrafo del mundo. En esta maniobra que emprendo no hay que buscar un apego especial a la verosimilitud, ni mucho menos una alergia a la fabulación. Los motivos son totalmente ajenos a mi gusto literario, solo se trata de una tara, de mi tara: cuando se me activa esta pulsión es que ya he pasado a observar el universo con ojos ciclistas.

Mi dispersión puede operar en dos sentidos. Por una parte me planteo cómo sería recorrer esos parajes en bicicleta. Observo con detalle el paisaje, la anchura de las carreteras, especulo sobre el volumen de tráfico y escudriño la población más suculenta en pos de encontrar un café agradable donde detenerse e incluso un hostal o albergue por si mereciese la pena hacer noche allí. En la otra hipótesis, para nada excluyente de la primera, mis ojos son de organizador, me planteo el valor del lugar como escenario de una carrera de nivel. En ese caso, busco subidas cercanas, poblaciones vecinas por las que hacer pasar el recorrido, el mejor lugar para plantar la línea de meta e imagino qué perfil de ciclista se hallaría aquí como pez en el agua.

Ilustración de Miquel Wert

Como esto que me ocurre no es nuevo, durante años he podido ir clasificando mentalmente los distintos autores o libros con relación a lo adaptables que son al ciclismo. Ya de postadolescente, en una lectura emblemática de esos años, En el camino de Kerouac, adiviné su potencial. Esas idas y venidas por Estados Unidos podrían cristalizar en una gran vuelta de más de tres semanas, una prueba de ultrafondo o una larga aventura de bikepacking. Luego, con más bagaje de espectador televisivo de carreras norteamericanas, me di cuenta de que esa amplitud tan del Nuevo Mundo, esas carreteras anchas de pendientes casi siempre tendidas, quizás no eran tan idóneas para la bici como el mito sugería.

De vuelta a Europa, en los últimos años me he zambullido en los seis volúmenes de la saga Mi lucha del noruego Karl Ove Knausgård. Casi cuatrocientas páginas de memorias noveladas, de prolijo periplo vital por Noruega y Suecia, conllevan toneladas de topónimos y descripciones de lugares reales de la geografía escandinava. ¿Se imaginan qué material supone esto para una mente como la mía? Creo que conozco más carreteras secundarias noruegas, ya sea junto a fiordos o uniendo pequeñas urbanizaciones en islas del sur del país, que el ciudadano local medio o incluso los organizadores del Tour of Norway.

En mi cabeza, novelas y pruebas ciclistas se mezclan, así que las ediciones inventadas de la carrera han resultado maravillosas por los escenarios de niñez y juventud de Knausgård, mucho mejores que cualquier edición real. El enganche que tuve con estos libros —y créanme que fue un verdadero enganche si la lectura fue capaz de sobrevivir a mi dispersión filociclista— coincidió con la celebración del mundial de 2017 en Bergen, donde el autor pasó buena parte de su etapa formativa. Así, me pasé las retransmisiones televisivas creyendo ver salir a Knausgård de su piso de estudiante de 1990 al paso de la carrera. Al mismo tiempo, leyendo me detenía a preguntarme si esa calle en cuesta que se describía estaba incluida en el trazado mundialista.

Vincular autores o textos a carreras ciclistas o viceversa se ha convertido en un pasatiempo, a menudo inconsciente y sin voluntad de rigor. Leyendo Austerlitz, de Sebald, me di cuenta de que parte de la infancia del protagonista, en la campiña galesa, era para mí una historia paralela al Tour of Britain, con sus subidas cortas y empinadas, sus páramos, sus pastos, sus muros de piedra a ambos lados de la estrecha carretera.

De modo parecido, cuando leo a Pavese, sus relatos ambientados en las colinas del Langhe o en el entorno turinés, se produce una equivalencia clara a algunas fracciones del Giro de Italia o, mejor aún, a semiclásicas como el Gran Piemonte o la Milano-Torino. O Bonjour Tristesse, de Françoise Sagan, es algo que ocurre junto a las últimas etapas de la París-Niza, donde las villas, receptáculos para turbios dolce far nientes salpican los pinares y acantilados sobre el Mediterráneo.

El trampolín hacia lo ciclista que permiten muchas novelas me ralentiza la lectura, pero considero que también me ayuda a seguir con ella. En el escenario opuesto, creo que en no ser capaz, estos días, de terminar Klara y el Sol, de Ishiguro, interviene el hecho que el premio Nobel de 2017 no ha soltado un puñetero topónimo en las 250 páginas que llevo. ¡Malditas distopías sin lugares concretos ciclables! En fin. Con todos estos embrollos, se entenderá que apenas lea nunca libros explícitamente sobre ciclismo y es que… ¡para qué, si toda literatura ya es literatura ciclista!

* Artículo originalmente publicado en VOLATA#31. Compra ya tu ejemplar en nuestra tienda.

Ilustraciones: Miquel Wert Texto: Borja Barbesà

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